Soraya Sáenz de Santamaría,
vicepresidenta del Gobierno, es menudita y aparenta
fragilidad física, dando la impresión incluso de que puede
quebrarse de un momento a otro; pero el martes pasado,
durante una sesión de control en el Parlamento, un taco suyo
resonó en el hemiciclo con tanta fuerza que nos ha dejado a
todos con los oídos maltrechos.
La culpa de que una señora de derecha, de la derecha de toda
la vida, dijera, con voz de trueno, que ella no había
cobrado sobresueldos -“en su puta vida”- fue porque le
calentó el triangulo de las Bermudas la otra Soraya,
apellidada Rodríguez, portavoz del grupo socialista,
y natural también de Valladolid, al decirle que tanto ella
como Miguel Arias Cañete formaban parte de las
personas agraciadas por ese distribuidor de pagas extras que
está pasando una temporada a la sombra.
Acusando así, de manera tan directa a su paisana, la
portavoz del grupo socialista, consiguió algo tan inesperado
como divertido: que una chica, criada entre ursulinas, se
expresara como un camionero de los auténticos. De aquellos
que bramaban contra los ‘domingueros’ en la carretera y
olían a tabaco negro y a huevos recalentados en los asientos
de escay.
El uso de tacos lo sacaba siempre a colación un amigo mío
como signo de izquierdismo y transgresión en la dictadura.
Pero con la llegada de la democracia y el triunfo de los
socialistas, la izquierda se volvió muy correcta y decidió
evitarlos para dar ejemplo. Puesto que, la verdad sea dicha,
teníamos y tenemos bien ganada fama de ser pueblo muy rico
en vocablos injuriosos, en juramentos e interjecciones. De
modo que sólo los napolitanos, según decía ya en su día,
Fernando Díaz-Plaja, son capaces de disputarnos
semejante galardón.
La utilización del taco ha pertenecido siempre al lenguaje
machista. La de veces que habré oído yo a lo largo de mi
vida la locución de que hablas como un carretero. No
obstante, desde hace ya mucho tiempo, las mujeres, sin
posible sospecha de machismo, no le hacen ascos a expresarse
con lenguaje tabernario.
Y vaya usted a saber si la vicepresidenta del Gobierno, tras
el calentamiento primero y primaveral del martes pasado, no
cogió el móvil y le dijo a su paisana, la otra Soraya, algo
parecido a lo que sigue:
-Que a ver si te comportas, joer, tía, que tu mal rollo me
lo paso yo por donde más me place, un respeto, que no eres
más que una amargada porque no te comes un rosco en nada.
Las mujeres de ahora no dudan en ponerle banderillas de
fuego al más pintado y, sobre todo, entre ellas se dicen de
todo menos bonita. Y además defienden su parcela de poder y,
por supuesto, con uñas y dientes la del hombre que las situó
en sitio privilegiado.
Ahí tenemos a dos de ellas haciendo labores de
guardaespaldas de la política de Mariano Rajoy. Ambas
siempre discrepantes entre sí pero fieles al presidente:
María Dolores de Cospedal y la ya reseñada Soraya
Sáenz de Santamaría son capaces de matar por su
Pigmalión.
Es lo mismo, más o menos, que anda repitiendo a cada paso
nuestra Yolanda Bel: “Yo doy la vida por Vivas”.
Por cierto, Yolandita, entre bastidores, emplea palabras
malsonantes a granel. Todas las que no se atreve a decirle a
Emilio Carreira. A quien detesta tanto o más que
Soraya a la otra Soraya y a la inversa. Pero, de momento,
tiene que ponerle cara y lengua de ursulina.
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