Cuatro caminos hay en mi vida,
cuál de las cuatro será el mejor, tú que me miras llorar de
angustia dime paloma por cuál me voy”, cantaba el corrido.
Más que del “destino”, término religioso de raíces
abrahámicas y firmemente enraizado en el islam, yo que soy
más latino prefiero el “fatum” romano y el que quiera
entender que entienda. El caso es que una vez más en la
vida, Hoceima se cruza en el camino tozudamente, con pasión
y fuerza, señas de identidad de lo más rifeñas y allá vamos
pues, a paso ligero, en pos de nuestro particular Rubicón y
ya te rondaré morena.
Desde 2102, la nueva Rocade Méditerranéenne o Rocade du Rif
(carretera N-16) que atraviesa el litoral desde Nador
cruzando el Kert hasta Tetuán, vertebra por una accidentada
costa el singular territorio rifeño con sus alas oriental y
occidental, facilitando el pase y recortando tiempo y
distancia que si por la vieja carretera del interior, de Bab
Berred y Targuist, se hacía peligroso y pesado, atravesando
el Nekor y subiendo por Casita la ruta era ya delirante. Y
tomo por referencia de partida a la Blanca Paloma de la
Yebala. ¿Tiempos? Partiendo de Tetuán como referencia, el
tramo hasta Alhucemas por Oued Laou y El Jebha (antiguo
Puerto Capaz) lleva a poco que uno se descuide sus cuatro
horas, mientras que desde Alhucemas a Nador la ruta, mucho
menos complicada, supera apenas la hora. Paralela a una
costa de singular belleza y en buena medida en un aceptable
estado de conservación, discurre la cordillera del Rif,
enfilando playas bordeadas de acantilados con notable altura
además de numerosos ”oueds”, donde se apiña la población en
fértiles desembocaduras.
Bajando del imponente puerto de montaña de Jehba (límite de
la provincia de Xauen, la más extensa de Marruecos) y
superada la bella y apacible ensenada de Cala Iris, dejamos
a nuestra izquierda el Parque Nacional de Alhucemas, enclave
natural de notable belleza con un hábitat disperso y
singulares playas, particularmente en la llamada Costa de
los Ibeqqoyen (Bocoias), como la llamada “Playa de las 700
escaleras” (afortunadamente sin acceso rodado), sitas todas
en un agreste entorno cuyos acantilados superan, en algunos
puntos, el vértigo de los 500 metros de altitud.
Si los quiebros del paisaje son a veces caóticos y la
geografía se retuerce sobre sí misma, la atormentada
historia no le va a la zaga. Y si bien al rifeño no puede
aplicársele el dicho de “sufrir como un balcánico”, en
puridad poco le cuesta. Será interesante escuchar el viernes
2 por la tarde la interesante conferencia del naturalista
Hakim Messudi, en el marco de las segundas jornadas
culturales organizadas por la Asociación Rif Siglo XXI,
sobre el patrimonio histórico del Parque Nacional de
Alhucemas, esa bellísima joya natural que como ayer les
escribía besaba el Mediterráneo en la costa de los Bocoya. Y
es que la historia de los Bocoya destila de algún modo la
esencia misma del Rif, esa sonora tierra como su nombre
indica en la que confluyen y mestizan diferentes corrientes
étnicas, lingüísticas e históricas. La tribu rifeña de los
Bocoya es ya citada en el siglo XI de la Era Común por el
árabe El Bekri, junto a otras agrupaciones tribales como
Beni Urriaguel o Temsamam, tribus que han conservado
celosamente su patronímico hasta ahora. No es ahora el caso
de mencionar la infiltración demográfica, después de 1942,
de elementos andalusíes primero (musulmanes y judíos) y
moriscos después en la región venidos de la cercana Iberia,
pero para entender una historia enrevesada y en un marco de
alta inestabilidad política interna y también cara al
exterior (los turcos otomanos no tomaron el litoral marroquí
por efecto colateral de la católica flota española), es
preciso mencionar la actividad de corso, cuando no pirateo
directamente y contrabando practicada, tradicionalmente, por
los bocoyas. Actividades que perjudicaban el tesoro y
prestigio del sultán, llevando a éstos a emprender algazaras
de castigo: así, las tropas majzenianas del sultán Muley
Sliman saquearon e incendiaron en varias ocasiones aduares y
poblados (1802, 1810, 1812 y 1813), mientras que el sultán
Muley Abdelaziz ordenó una expedición punitiva en 1898 al
mando de Buchta El Bagdali, cuyas harkas no repararon en
excesos destruyendo y saqueando a sangre y fuego los
poblados de los Bocoya, tomando presos entre los Izemmouren
a doscientos cabezas de familia mandándolos prisioneros a
Fez. Todavía en el Rif y particularmente en las tradiciones
de los Bocoya, el tiempo de la expedición de El Bagdali es
conocida como “El gran cataclismo”.
Historias de la historia. En todo caso hay que mirar siempre
hacia el futuro y hoy día, de la mano del joven soberano
Mohamed VI, el machacado y marginado Rif está, por fin,
empezando a levantar cabeza. Historia, cultura, arte… Doy
por seguro que las Segundas Jornadas de Arte y Patrimonio
del Rif serán todo un éxito. Ya les iré contando cada día a
pie de obra. Haya salud. Visto.
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