Veía al Secretario General de los
socialistas de Ceuta, José Antonio Carracao, sentado en el
plató de “Gran Vía” y no podía invadirme más que la apatía
más absoluta. Su discurso, mero chantaje, era un fiel
reflejo de lo que es el PSOE: un partido que sólo puede
apelar al miedo al PP, al “O nosotros o los herederos de
Franco. Sí, somos mediocres y malos, pero no tan mediocres
ni tan malos”.
No hace falta leer su programa para saber que el Partido
Socialista no constituye una alternativa real a las
antisociales políticas del Partido Popular. Como buenos
partidos de régimen, ambos están de acuerdo en lo esencial.
Si mañana el PSOE encabezase las encuestas de intención de
voto no pasaría absolutamente nada, no habría ninguna gran
campaña en su contra, todo seguiría igual, tranquilo y en
calma. ¿Por qué? Porque no es peligroso para los intereses
económicos de los poderosos, sino todo lo contrario: son sus
buenos chicos, sus manijeros de rostro humano frente a la
versión dura y sin medias tintas del PP.
Rodríguez Ibarra lo dejaba claro en La Sexta Noche: “Los
socialistas somos primos hermanos del Partido Popular”. Y no
mentía. La reforma del artículo 135 de la Constitución que
ambos partidos llevaron a cabo conjuntamente en agosto de
2011, otorgando prioridad absoluta al pago de la deuda sobre
cualquier gasto social, es la mejor prueba de que cualquier
cantinela sobre “otra Europa” proveniente de las filas del
PSOE es un chiste de mal gusto. Partiendo de los mismos
presupuestos comunes que la derecha es, sencillamente,
imposible efectuar una verdadera política en favor de los
intereses de las mayorías sociales.
Las palabras de Rodríguez Ibarra, que en su “particular”
idea de socialismo se traducían en un halago hacia sus
compañeros, están en sintonía con el crítico y acertado
análisis que el psicoanalista y filósofo Jorge Alemán hacía
desde una televisión argentina hace unos días: “En Europa,
el único sector político que maneja los antagonismos es la
ultraderecha. La izquierda tradicional ha quedado devorada
por la idea consensualista de que no hay que crispar, ha
borrado la frontera con la derecha. Ya es imposible
distinguir a un partido socialdemócrata de un partido de
derecha neoliberal porque ambos, en lo esencial, participan
de lo mismo”.
Alemán, en la línea de David Harvey y otros, deja en
evidencia el triunfo de ese proyecto ideológico comenzado
hace unas décadas para reconstituir el poder de la clase
dominante. En efecto, una de las metas de la “utopía”
neoliberal es la consistente en vaciar de contenido la
política, reducir la política a la mera gestión de lo ya
existente, renunciando a la idea de política como
posibilidad de abrir nuevas vías y construir proyectos de
sociedades más justas e igualitarias, renunciando a la idea
de crear, de inventar, de hacer. PP y PSOE albergan pequeñas
diferencias, pero “en lo esencial, participan de lo mismo”.
Como decía siempre Anguita, constituyen “alternancias”, pero
no alternativas. Los socialdemócratas se han convertido en
capataces obedientes que han regalado la desobediencia a la
ultraderecha. Los buenos resultados que estas formaciones
están cosechando en Francia o Grecia son la prueba. ¿Por qué
tiene éxito el discurso ultraderechista? Porque, como indica
Alemán, construye un antagonista, un enemigo al que
combatir. Si nos fijamos en los discursos del PP y del PSOE
veremos que nunca se meten con nadie (salvo el uno con el
otro). No cuestionan al FMI, ni al BCE, ni a los bancos, ni
a las grandes fortunas, ni a los mercados financieros, ni
-como hace asquerosamente la ultraderecha fascista- a los
inmigrantes (al menos no de manera clara y descarada).
No podemos permitir que la incorrección política quede en
manos de los partidos ultraderechistas y es por eso que se
hacen necesarias opciones que planten cara al bipartidismo
desde parámetros progresistas y antidiscriminatorios,
fuerzas políticas que, como el ilusionante proyecto Podemos,
la coalición Primavera Europea o -con todos sus defectos-
Izquierda Unida construyan antagonismos que canalicen el
descontento en torno a un proyecto que combata de verdad
tanto las políticas de austeridad impuestas por la Troika
como el falsario y peligroso discurso del fascismo.
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