Desde hace años, tengo por norma
no acudir a ningún actos de esos que se celebran, por dos
poderosas razones. La primera de ellas, porque me aburren de
escuchar siempre lo mismo a los mismos, y la segunda y la
más importante porque a pesar de ser el decano de la prensa
escrita, no se me invita a ninguno de ellos, quizás porque
no esté en ningún protocolo, como personaje al que invitar.
Cosa, por otra parte, que me llena de orgullo y de una
enorme satisfacción porque, con ello, me dan motivo más que
suficientes al reconocer mi total independencia y libertad a
la hora de escribir lo que me venga en ganas, sin deberle
nada nadie, aunque sólo sea por gratitud, ante determinadas
actuaciones.
Si embargo, todo hay que decirlo, siempre digo lo que
siento, por la libertad que tengo de no deberle nada a
nadie, he asistido a un acto, al que tengo que reconocer que
debo hacerlo porque es un deber y casi una obligación mí
asistencia al mismo como hermano que soy de la FERVOROSA Y
AGUSTINIANA HERMADAD DE PENITENCIA Y COFRADIA DE NAZARENOS
DEL SANTÍSIMO CRISTO DE LA HUMILDAD Y PACIENCIA Y NUSTRA
SEÑORA DE LAS PENAS.
En ese acto se me hace entrega de un precioso cuadro con las
imágenes del Cristo y la Virgen. Y según dice la dedicatoria
por mi fidelidad a la Cofradía. Gracias por el detalle, ya
que siempre he sido fiel a mis creencias y a las personas
que saben estar a la altura de las circunstancias cuando
llega el momento.
Fue un acto sencillo, donde consiguieron emocionarme con ese
reconocimiento y en el que dedique unas palabras, más
salidas del corazón que del cerebro. Pues cuando manda el
corazón la razón no te hace caso. Y en ese momento, como
siempre, dije lo que sentía. Y, por supuesto, mi cofradía
sabe que siempre seré fiel a ella. Gracias por todo y, sobre
todo, por la sencillez del acto y la emoción que me
hicisteis sentir en esos momentos, que llevaré grabado en mi
alma mientras viva.
Y ya que hablamos de Semana Santa, volveremos atrás a
recordar mis tiempos de chaval, donde la Semana Santa se
vivía de otra forma diferente a la actual. Lógicamente, los
tiempos cambian y hay que adaptarse a los tiempos modernos,
peo nada ni nadie podrá borrar de mi mente esas Semana Santa
vivida por aquella época en que uno era muy joven, y a pesar
de los años transcurridos ha quedado grabada en mis
recuerdos del ayer, todo lo que realizábamos los chavales de
aquella época, cuando llegaba el día de la resurrección de
Cristo, arrastrábamos por la calles una fila de latas
amarrada a una cuerda armando un gran ruido.
Por cierto que los viernes santos no circulaban los coches
por nuestras calles y el silencio era total. Ese día, por
aquella época, se podía considerar el día de la mujer, pues
era cuando los maridos la sacaban de casa para presenciar
los desfiles procesionales, no sin antes comerse una ración
de calamares en los bares de la época, sobre todo en casa
Rejano o las Delicias donde, al parecer, según los
entendidos, se hacían los mejores calamares fritos, sin
olvidar, por supuesto, el Niza en la plaza de los Reyes.
Los tiempos cambian y antiguas tradiciones han sido
arrasadas por el paso del tiempo. Es la vida.
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