Cuando el uno de enero de 1986 se
materializó el ingreso de España en la Unión Europea, se
produce la culminación de un deseo histórico e institucional
largamente deseado. Para los que fuimos testigos de este
hecho supuso un cúmulo de sensaciones, quizás algunas de
ellas similares a cuando alguien está esperando entrar en un
lugar solemne, que le ha costado ímprobos esfuerzos para
conseguir atravesar la entrada al mismo.
El fuerte impacto de las instituciones, en las que ya
teníamos derecho a participar en ellas, no supuso una
entrada pusilánime por nuestra parte. Recuerdo que el
representante de la expedición española, el socialista
Enrique Barón, cuando por primera vez entramos en el
Parlamento Europeo, manifestó más o menos las siguientes
palabras: “Ha sido tanto el tiempo que hemos tardado en
estar hoy aquí, que nuestra principal preocupación y
obligación en estos momentos es ponernos a trabajar…”
Desde entonces, nuestros representantes en las instituciones
europeas no han dejado de trabajar y sus consecuencias han
supuesto importantes beneficios, para nuestra economía,
infraestructuras, agricultura… Sin embargo, actualmente nos
sentimos insatisfechos y posiblemente defraudados sobre lo
que actualmente acontece en nuestro país. Las soluciones
aportadas en estos últimos años que nos han llegado desde
Bruselas, junto a la política restrictiva del Sr. Rajoy, no
están ofreciendo buenos resultados para una mayoría de la
ciudadanía.
Esa posible desazón y desencanto en relación a Europa no
puede dejarnos inermes. Fuera de Europa no hubiéramos podido
conseguir las cotas de prosperidad a las que hemos llegado
en nuestro país. Tenemos que salir de la crisis dentro de
Europa, fuera de las instituciones europeas quedaríamos
perdidos como un meteorito en la inmensidad del universo. En
estos momentos España no es un país invitado, no somos
recién llegados como en 1986. Este hecho significa una mayor
responsabilidad para la ciudadanía de nuestro país.
Necesitamos una Europa más fuerte, con unas instituciones
más eficientes y más democráticas. Donde la ciudadanía se
sienta representada, valorada, al mismo tiempo que perciba
las consecuencias en su vida diaria, respecto al trabajo que
realizan dichas instituciones, para mejorar el bienestar de
todos y todas los ciudadanos y ciudadanas, en relación al
empleo, la economía, los servicios sociales...De tal modo
que la sensación que nos llegue no sea la imposición de un
país o la de un Presidente del Gobierno, como sucede con la
Sra. Merkel.
Al margen de las responsabilidades del Gobierno actual del
Sr. Rajoy, es necesario un cambio en las políticas
económicas y sociales de la Unión Europea. Es necesario una
mayor fuerza, unidad y democracia en las instituciones
europeas. Opino que se debe cambiar el sesgo de los
acontecimientos respecto al funcionamiento y gobernanza de
las mismas. Pero no podemos obviar, que en última instancia
el poder para cambiar esos acontecimientos lo tenemos la
ciudadanía. Somos los ciudadanos y las ciudadanas con
nuestro voto, el 25 de mayo, los que vamos a tener en
nuestra mano el poder de optar por la opción que más idónea
nos parezca. De nosotros va a depender la composición y las
fuerzas políticas que estén representadas en el Parlamento
Europeo, que en esta ocasión también tendrá el poder para
decidir la elección del próximo Presidente de la Comisión
Europea.
Como está indicado en el Manifiesto hacia una nueva Europa,
elaborado por el PSOE: “La ciudadanía europea, la sociedad
civil y los agentes sociales deben tener una plena
participación democrática y control en las decisiones de la
UE…para que el Parlamento Europeo tenga poder para legislar,
presupuestar y controlar, como la institución de la UE que
representa a su ciudadanía… Queremos una legislación sólida
que otorgue más poder a los consumidores. Protegeremos los
derechos de los y las europeas a disfrutar de alimentos,
productos y entornos seguros, reconociendo el papel
estratégico de la agricultura y la pesca…”
Para no alargarnos, no hago alusión al empleo, especialmente
al juvenil, los servicios públicos y el crecimiento, en una
Europa más social y solidaria, que no esté atenazada por las
políticas neoliberales, que están obstaculizando una salida
más equilibrada y racional de la crisis. Pero reitero, es la
ciudadanía la que en última instancia tiene el poder para
cambiar y construir una Europa diferente. Somos ciudadanos
europeos y con todo el respeto a las decisiones que
libremente adoptemos, de nosotros dependerá la política que
la UE desarrolle.
Finalmente quiero hacer alusión a unas declaraciones de
Felipe González, que realizó a un periódico de ámbito
nacional, refiriéndose a que para remontar y consolidar la
recuperación económica, es necesario acabar con la política
de austeridad dictada desde Europa: “Necesitamos más Europa.
Pero compartida. Yo entregaría más soberanía a Europa, pero
para compartirla, no para que nos digan lo que tenemos que
hacer. Yo estaría de acuerdo con que hubiera un ministro
europeo de Economía, pero elegido entre todos, con
legitimidad democrática”.
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