Es hora de dejarse mirar, de
observar que el silencio nos habla, que una oración es
también una mano tendida al que pide ayuda, de vivir los
calvarios compartiendo caricias, de contemplar el madero de
la cruz, y de sumergirnos en la soledad elocuente de
multitud de caminantes. Nada hay más místico que un corazón
liberado del mundanal ruido. Si en verdad queremos
reencontrarnos con sentimientos profundos, con lenguajes que
nos llenen de luz, no tenemos que tener miedo a despojarnos
de hipocresías. Tampoco tengamos recelo en dejarnos
sorprender por las novedades, ni avivemos las inseguridades,
no perdamos la confianza en el ser humano, e intentemos
activar la esperanza en un mundo recuperado. Nunca nos
resignemos, todo situación se puede cambiar, es cuestión de
querer hacerlo. Aprendamos de la vida, de ese deseo
permanente por vivir, a lo mejor descubrimos el deber de
hacer algo y despertamos.
Ciertamente, en lugar de vivientes, en ocasiones parecemos
gente dormida, adormecida y sin alma. Cuántas veces tenemos
necesidad de gritar y no lo hacemos. Por otra parte, sí
hiciésemos memoria del encuentro con Jesús, de sus
expresiones y vida, seguramente tendríamos otro semblante
más auténtico, más del corazón y de la propia existencia. En
ocasiones, andamos y apenas apreciamos nuestros exclusivos
latidos. Hemos dejado de ser la poesía del alma. Sabemos que
no puede faltar el Amor, el que transforma nuestro propio
yo, en ninguna procesión que custodie lo que el Creador nos
ha entregado y nos sigue transmitiendo a través de su Hijo,
pero la realidad es bien distinta. Nos creemos
autosuficientes, y despreciamos el mundo y sus valores, y
hasta el mismísimo orden sobrenatural. Por desgracia,
caminamos en la superficialidad y todo lo orientamos a fines
utilitaristas, de placer o poder.
Este hallarse con Jesús nos invita a tomar otras sendas más
humildes, como él lo hizo, a donarse y a acompañar, a
descender a la miseria humana y así alcanzar otros ascensos
de horizontes más genuinos, a ser una persona viva, a la que
todo le afecta y con la que se solidariza. El odio no tiene
razón de ser en un mundo cautivado por el verdadero amor.
Tampoco la venganza cuando el perdón debe procesionar por
todas la habitaciones interiores del ser humano. La guerra
jamás tiene sentido, si Cristo es nuestra paz. Para qué
tantos egoísmos inútiles, tantas violaciones y violencias, o
el cultivo de la codicia de quienes buscan ganancias
fáciles, si en un abrir de ojos y cerrarlos se nos ha ido la
vida. Tenemos que sentir la vida fluir desde dentro.
Probablemente actuaríamos de otra manera. Estoy convencido
de ello. Hay deberes que vienen del corazón, como ir al
auxilio del necesitado y ser su consuelo.
Por consiguiente, hacer memoria de Jesus es vivir más allá
de la mera emoción, es aprender a reinventarnos en la
generosidad, es salir de uno mismo y verse en los demás.
Tenemos que volvernos cercanos unos de otros, el mismo Jesús
habla con todos, no tiene hogar porque su hogar es el ser
humano, no se queda con nada y habita en medio de todos.
¡Qué pena tantos corazones cerrados! No tiene sentido tanta
soberbia si somos nada. Por eso, es bueno ir con Jesús,
seguir a Jesús, vivir con Jesús, para saborear la alegría
por la creación, el verdadero conocimiento y la auténtica
libertad. Y que cada uno de nosotros pueda exclamar: “Ayer,
estaba crucificado con Cristo, hoy, soy glorificado con él.
Ayer, estaba muerto con él, hoy, estoy vivo con él. Ayer,
fui sepultado con él, hoy, he resucitado con él”. (Gregorio
Nacianceno). Por lo demás, como dijo Santa Teresa de Jesús,
de devociones absurdas y santos amargados, líbranos Señor.
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