La Semana Santa me ha cogido con
una rodilla inflamada y sometido a tratamiento. Sé, desde
hace tiempo, que tengo averiado un menisco. Pero sigo
resistiéndome a pasar por el quirófano. Lo peor es que me he
visto obligado a suprimir mis caminatas a prima mañana. De
manera que malhumor y aprensión se han percatado de que era
el momento de salir a escena. Máxime cuando están tan
escasos de oportunidades conmigo.
Así que anoche tardé mucho en dormirme, y cuando esta mañana
me he despertado, estaba muy quebrantado. Los días que estoy
bajo de tono, y débil físicamente, me preocupo más y me
pueden las dificultades. Hoy es uno de esos días en los que
los temores infundados no cesan de ponerme a prueba.
En tan pésimas condiciones, creo que resultaría
contraproducente que me pusiera a escribir sobre nuestro
alcalde. Aunque sea a costa de llevarles la contraria a los
lectores que desean que lo haga cuantas más veces mejor. Y,
a ser posible, sin solución de continuidad.
Me explico: cuando yo escribo de nuestro alcalde lo hago
siempre al dictado de la simpatía, con una cierta sonrisa.
Como se suele aprender en los cursos de redacción. Revestido
de simpatía, uno está en disposición de revivir y
reproducir, a pesar del transcurrir de los años, los
recuerdos pasados sin acrimonia ni resentimiento; sin tintes
recargados, sin acentos chirriantes. Así, viendo las cosas
con simpatía, con una cierta sonrisa, y, por qué no, sin
ambages, se sabe emplear lo más difícil; es decir,
parafraseando a Flaubert, “se sabe lo que no se debe
decir”.
En las circunstancias actuales, por mor de mi decaimiento
físico y psíquico, como consecuencia de los achaques
descritos, estoy en la disposición ideal para pasarme los
consejos del escritor francés por la entrepiernas. Algo que
no me perdonaría nunca. Ya que hasta ahora he conseguido
opinar de nuestro alcalde con el alma en reposo –aun a
sabiendas de que podrían tacharme de cursi-, relajado, así
como desembarazado del agobio de las pasiones y de todo
resentimiento.
No obstante, escribiendo así, sin ensañarme con los yerros
de nuestro alcalde –que han sido muchos, porque muchos son
los años que lleva haciendo de su capa un sayo-, éste
cometió el error de creer que no era suficiente. Y optó,
como ha hecho siempre, por aliarse con quienes no dudaron
nunca que poniéndolo a parir conseguirían logros y fines
deseados.
Y ahí está -desde hace ya mucho tiempo- nuestro alcalde
convencido de que el poder está en los hechos. Y de entre
los hechos, el más destacado para él, según estamos viendo,
es que la gente sepa que está dotado en todos los aspectos
para castigar severamente a quienes no le rindan pleitesía.
Y tener como amigos a quienes lo adulan por delante, aunque
luego entre bastidores hagan mofa de su persona. Que la
hacen. Y de qué manera…
Aun así, y por más que el cuerpo me pida en estos momentos
que diga lo que no debo decir, voy a contenerme. Por cierto,
para contenciones las de Pedro Gordillo. A quien le
he oído hablar por la radio acerca de la trampa que le
tendieron en el despacho de nuestro alcalde para que pusiera
pies en polvorosa. Pero de ahí no pasa. Lo que le hicieron a
Gordillo es prueba evidente de que quienes no le bailen el
agua al hombre que maneja apabullantes resortes de poder -en
esta ciudad- pueden en cualquier momento sufrir cualquier
tarascada del poderoso. De ahí el silencio de PG.
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