Hoy, 14 de abril, quiero, antes
que nada, recordar la II República. En estos días en los
que, tras la muerte de Adolfo Suárez y la crisis de régimen
que vivimos, tanto se habla de la “modélica” Transición, no
está de más recordar que nuestro verdadero ADN democrático
no se encuentra en personajes como el Rey, el fascista Fraga
o el mismísimo Suárez, sino en todos esos republicanos que
se opusieron a la barbarie y que, a día de hoy, siguen
enterrados en cunetas a lo largo y ancho de toda la piel de
toro. Tras Camboya, España es el país con más desaparecidos
en fosas comunes. Una democracia que se construye sobre los
cadáveres y el olvido de sus héroes no es una democracia.
Viva la República. Dicho esto, paso a hablar del tema que le
da título a este artículo.
El pasado jueves, tuvo lugar en Ceuta una de las mayores
manifestaciones de los últimos años. Más de 1.500 personas
marcharon desde Sidi Embarek hasta la Plaza de la
Constitución, decidiendo un gran número de manifestantes
continuar hasta la Plaza de los Reyes para protestar frente
a Delegación del Gobierno. Se pedía justicia por el
asesinato de Munir, seguridad e inversión social en las
barriadas. Fue una marcha impecable, emotiva y cargada de
razón y, aunque fue un éxito, debo decir que faltó mucha
gente. Faltó mucha gente que hubiera ido si, en lugar de
llamarse Munir y haber muerto en El Príncipe, la víctima se
hubiese llamado Carlos o Luis y hubiese sido asesinada en la
Calle Jaudenes. Entonces, no hubiéramos sido 1.500, sino
10.000. Entonces, el Partido Popular no habría despreciado
la marcha, sino que hubieran sido los primeros en
convocarla. Entonces, la gente que desde la cafetería del
Hotel Ulises miraba atónita y con gesto de desaprobación a
los manifestantes, tal vez hubiera encabezado la protesta.
El pasado jueves quedó claro que existen dos Ceutas
diferentes. Una que sufre y empatiza con el dolor ajeno, y
otra que vive muy bien, se la trae al pairo lo que ocurra en
los barrios más humildes y se indigna cuando esos barrios
bajan al centro a protestar y alterar su apacible
existencia. El “mientras que se maten entre ellos todo va
bien” de siempre. El clasismo de siempre. El racismo de
siempre. Asco.
Negar la fractura social que existe en esta ciudad es ser un
cínico y ver al Partido Popular hablando de convivencia o de
interculturalidad nos llena a muchos de indignación y
vergüenza ajena. No es cierto. Si fuese verdad eso de lo que
Juan Vivas se llena la boca, el jueves pasado hubiese habido
muchísimos más representantes de esas tres culturas
(cristiana, hindú, hebrea) que conviven con la musulmana,
que convivían con Munir. Mi amigo, el rapero Antonio García,
lo expresa bien en una canción: “He visto cuatro culturas
que se sectorizan. Juntos, pero no revueltos, todo son
estigmas”. Es lo que hay y al Partido Popular le conviene
que así sea. Hablan de convivencia, cuando sin duda sacan
tajada del voto racista y clasista de esta ciudad. Sacan
tajada de que mucha gente mire atónita y con gesto de
desaprobación desde la cafetería del Hotel Ulises.
|