Uno a uno, todos somos seres
humanos perecederos; sin embargo, unidos formamos la
humanidad y ya somos perpetuos. Sería bueno que esta lección
de vida la considerásemos cada mañana. Al final el rastro
humano es colectivo, somos lo que hacemos, no lo que
pensamos ni lo que sentimos. Y así, tampoco es lo que
hacemos, es lo que nos queda por hacer. De igual modo, no es
el tiempo el que nos resta, somos nosotros los que le
restamos a él. En definitiva, que nada es lo que parece, y
lo que parece un sueño está rodeado de vivencias,
conveniencias y apariencias. Al final de tanta fábula, el
peor enemigo reside cuerpo adentro, por lo que la humanidad
puede destruirse ella misma.
Bajo este triste faro de realidades, y a pesar de la huella
dejada por el ser humano sobre el rostro pálido del planeta,
sabemos que hacemos bien poco por promover la armonía con la
naturaleza. En el fondo somos un desastre. Nos mueve la
explotación en vez de la exploración. Nada parece
estremecernos. Cada año celebramos el Día Internacional de
la Madre Tierra (22 de abril), renovando el respeto de
boquilla, porque la situación es bien distinta. El planeta,
único hogar que tenemos, lo hemos sembrado de situaciones
absurdas, contrapuestas a los recursos naturales, que han
afectado gravemente a la propia existencia de todos
nosotros. Hace tiempo que se habla de promover de manera más
ética la relación entre la humanidad y el propio mundo, la
misma comunidad científica ha documentado la evidencia de
que nuestra forma de vida actual es insostenible, pero lo
cierto es que el futuro cada día se encuentra más degradado.
El desprecio por la naturaleza, por sus procesos
sustentadores de vida, ha hecho que la biodiversidad, que es
garante de bienestar y equilibrio en la biosfera, sea mucho
menor. Sin duda, cada día, por nuestra mala cabeza, tenemos
descenso de capital natural. Está visto que el auge de parte
de la humanidad en tiempos pasados ha convertido en
desolación el planeta de hoy. Hasta que no reconozcamos como
valor supremo la conservación y protección de nuestro
hábitat, difícilmente vamos a mejorar las relaciones
interconectadas entre los sistemas humanos y ambientales.
Por momentos, la evasión es tan incuestionable, que es tan
urgente como preciso adoptar una nueva forma de observar,
para cuando menos poder reparar y desarrollar entornos más
armónicos.
Naturalmente, hemos de evolucionar hacia otros modelos de
conductas, hacia otras escalas de valores, para conferir
otro espíritu de acción más considerado con el universo y
con la naturaleza que rodea a todos los seres vivos.
Realmente, nos hallamos en un contexto límite, aunque se nos
diga lo contrario, los daños causados al medio ambiente son
tremendos para la humanidad. Las grandes economías del mundo
lo han basado todo en la producción, sin importarles el
deterioro ambiental, hasta el punto que el “desarrollo
sostenible” se ha convertido en otro cuento más. Desde
luego, pienso que el motor de progreso tiene que combinar el
desarrollo económico con la consideración de la naturaleza.
Aún no hemos convenido que la humanidad, toda ella, sin
exclusiones, formamos parte intrínseca de la naturaleza.
Indiscutiblemente, más pronto que tarde, pagaremos nuestra
necedad consumista, motivada por la promesa ilusoria de la
felicidad ilimitada. En un tiempo de superficialidades es
verdaderamente complicado, tener una idea de la vida en
armonía con lo que nos circunda. Queremos vivir a lo grande,
no en pequeño. Buscamos la vida fácil, no la de servicio, el
triunfo de manera egoísta, para embriagarnos de un falso
sentimiento de satisfacción, porque al final nos hacemos
esclavos y sentimos la necesidad de derroche. Resulta muy
triste ver a una parte de la humanidad harta de todo, pero
débil; y a la otra hambrienta, pero fuerte para luchar.
Hemos perdido el equilibrio, andamos tan contaminados de
todo tipo de ociosas brutalidades, que deberíamos
recapacitar y decir no a la cultura de lo antinatural, del
usar y tirar, pues necesitamos asumir responsabilidades y
afrontar los grandes desafíos de la vida.
Es evidente, que dentro de la Madre Tierra, además de ser
pieza fundamental el ser humano, tenemos que aceptar la
naturaleza como nuestra fuente de orientación para acabar
con tantos desajustes e injusticias. Debemos volver la vista
atrás para aprovechar la sabiduría de civilizaciones
antiguas, analizar el presente, para ver que este viaje, que
hoy nos corresponde a nosotros como especie humana, debe
forjar un porvenir esperanzador, crecido por el buen hacer y
mejor obrar, para que lo armónico renazca alrededor de la
soleada isla de la vida. Además de conducirnos por la
reverencia hacia la naturaleza, estimo que tenemos que
establecer un nuevo calendario que active la conciencia
mundial de intentar ser libres en relación con las cosas. Lo
esencial, en ocasiones, no es el ruido, sino el que perturba
el silencio. Por desgracia, la naturaleza hizo un planeta y
nosotros los destruimos, en lugar de fortalecer la alianza,
del cual procedemos y hacia el cual caminamos.
Nos faltan claridades para divisar esa blanca luna, serena,
que versa sobre las olas del mar poemas interminables.
También nos falta luz para trenzar ese equilibrio natural
que todos nos merecemos. Sí la propia existencia no es
aceptable a no ser que el cuerpo y el espíritu vivan en
buena sintonía, igual sucede con la naturaleza, han de
avivarse movimientos que concilien, que nos acerquen a la
naturaleza. Por consiguiente, no se trata de expresar
únicamente preocupación, tenemos que conocer que muchos
antepasados nuestros gozaban de una conexión simbiótica
entre los seres humanos y la naturaleza, y que hoy, sin
embargo, permanecemos pasivos ante multitud de amenazas
contra nuestro propio espacio natural, como si la futura
supervivencia no fuese con nosotros. La naturaleza no admite
mercadeos, vive de la poesía y en la poesía, amasa
acercamiento de un verso a otro, es el corazón el que
construye abecedarios inconfundibles.
Conquistemos, pues, otro mundo menos cruel con su natural
morada. Sabemos que algunos pueblos y ciudades celebran el
Día de la Madre Tierra, embelleciendo los paisajes naturales
y eliminando las especies invasoras de los sitios naturales,
en otros se plantan árboles, o se enseña a reciclar los
residuos correctamente. Cualquier gesto es importante. Hay
muchos suelos desnudos que precisan de cubiertas vegetales,
algo verdaderamente esencial para el uso eficiente de
recursos naturales cada vez más escasos, en momentos que
crece la población mundial que hay que alimentar. Estoy
convencido de que el mañana será nuestro en la medida que
seamos capaces colectivamente de aprender y cambiar de
actitudes. Por eso es necesario dar la máxima prioridad a
los temas educativos y avivar el entusiasmo por volver a
conectar con la naturaleza, lo que implica que el ser humano
vuelva a sentirse parte de ese mundo que le envuelve. A lo
mejor precisamos como la violeta, tan sólo una brizna de
hierba para discretamente vivir las auroras que nos dejaron
nuestros progenitores.
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