La cuestión de la seguridad merece
un tratamiento dialéctico y práctico acorde con la
importancia del tema: ni posturas inflexibles por parte del
Gobierno ni comportamientos fuera de tono en quienes le
critican desde la oposición. Hay que buscar puntos de
encuentro, entendimiento y líneas de actuación que conduzcan
al diálogo sosegado con talante de consenso. No caben
posturas radicales de una u otra forma, ni es inteligente
tensar la cuerda para que se rompa. En su cuestión de la
seguridad, no. El asunto es tan serio que requiere de
conductas en el mismo sentido desde la sensatez y la mesura.
No puede apagarse el fuego, en este caso con gasolina como
tampoco se pueden mantener posturas intransigentes. Hay que
templar gaitas.
Quienes se postulen para encontrar soluciones o líneas de
entendimiento, han de saber escuchar a quien no piense igual
y mostrar disposición para el diálogo y la tolerancia,
suficientes elementos como para aceptar que el contrario
puede aportar alternativas tan válidas como las de uno
mismo. Partiendo del principio de que la verdad absoluta no
la posee nadie, en los puntos de encuentro siempre surge la
luz. Y la seguridad, bien merece paciencia y amplitud de
miras, en vez de empecinamiento, posturas enrocadas y
críticas feroces.
En la sesión plenaria de ayer se produjo un primer conato de
enfretamiento en el que la consejera Rabea Mohamed fue
increpada. Esperamos que hechos como este no sean el
preludio de lo que suceda en la manifestación de mañana, que
ha de ser un ejemplo de mesura y civismo. La protesta, la
reivindicación, no ha de ser virulenta. No tiene más razón
quien más ruido provoca. Es preciso conducirse por los
vericuetos del raciocinio y la suficiente clarividencia,
como para no caer en errores que conlleven enfrentamientos
entre quienes apostamos por el respeto a la ley y a las
normas de convivencia pacífica. A todos nos conviene
reflexionar.
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