Cada día, mientras leo los
periódicos voy tratando de descubrir el tema más apropiado
para opinar de él. Pocas veces tengo para elegir. Pues
conviene recordar que todo columnista de provincia ha de
tener en cuenta que lo primordial es emitir parecer sobre
asuntos locales.
En mi caso, sucede además que la ciudad es pequeña, aunque
tenga problemas de urbe grande, y no todos los días ocurren
hechos merecedores de que se escriba de ellos. Menos mal que
los políticos suelen comportarse de manera que raro es el
día en el cual no ofrecen la oportunidad de facilitarle a
uno la tarea.
Si bien conviene destacar que apenas dan motivos para el
elogio. Qué más quisiera yo que sentarme ante el ordenador y
ponerme a enumerar destacadas actuaciones de Juan Vivas
y los suyos –entre los suyos no tengo ningún reparo en
incluir a los dirigentes de la coalición Caballas-. Mas ese
deseo resulta tan difícil como que al Barcelona, por poner
un ejemplo, no lo premien con dos penaltis en el Nuevo Los
Cármenes granadino.
Así, no es raro que a servidor lo paren por la calle y le
digan que nuestro alcalde está convencido de que yo la tengo
tomada con él. Debido, quizá, a que yo formo parte de
quienes creen a pie juntillas que la política atrae a los
más sinvergüenzas como la miel a las moscas. Pero que suelo
olvidarme de que hay políticos honrados. Y que él forma
parte de ellos.
Ante ese mensaje, que yo no tengo por qué quitarle veracidad
alguna, créanme que me pongo tierno y hasta me entran unas
ganas locas de practicar la higiene de sentirme hombre masa
que no prevé nada y es simple espectador de los
acontecimientos durante una temporada. Aun se me pasa por la
cabeza la idea de refugiarme en cualquier monasterio, cierto
tiempo, para meditar acerca de si es verdad que formo parte
de quienes le tienen tirria a nuestro alcalde. ¡Pobrecito
mío!
Tras cavilar al respecto, lo justo y necesario, me doy
cuenta de que cuando la vitalidad existe cuesta lo indecible
desinteresarse de todo en un amén. En suma: que no ha
llegado todavía mi momento de olvidarme de que los políticos
son servidores públicos, como los funcionarios, aunque con
más responsabilidades y una representatividad directa que
les obliga a dar ejemplo. Ya que la honradez se les supone,
y al que deja de suponérsele hay que expulsarlo de la
política. Sin ambages ni rodeos.
Nuestro alcalde sabe perfectamente que la política es poder,
dinero, relaciones importantes, fama, privilegio… “El
privilegio. ¡Ya está ahí la odiosa palabra, contra la que se
alzaron los hombres de la Revolución francesa!”. La palabra
que separa, que divide, que hace distingos entre hombre y
hombre, en esos dos aspectos que tanto afectan a la persona:
el trato que reciben de la Ley y de los gobernantes.
El trato que están recibiendo los parados que se agolpan
frente al edificio municipal no es el mismo que el de las
personas que han tenido y siguen teniendo la suerte de ser
elegidas por nuestro alcalde como clientes o bien engrosan
la lista de quienes han tenido preferencia para acceder a
los empleos públicos por el uso y abuso del nepotismo.
Nuestro alcalde, además de todo eso y mucho más, sabe
perfectamente que los políticos honrados, y él presume de
serlo, tienen que tener mucho cuidado con sus amistades. Y,
sobre todo, han de andarse con mucho tiento a la hora de
pactar con ellas. ¡Cuidado, alcalde! Que todo se va
sabiendo.
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