Como hombre de la Cultura y
aficionado práctico del mundo del toro bravo que eres. En
primer lugar, me descubro ante ti, gesto que rara vez
realizo, ni ante el Rey, pero en esta ocasión lo hago al tú
merecerlo. Porque, ya anteriormente, pero muy especialmente
en estos días de tan inmenso dolor para ti y para el resto
de tu familia, has demostrado más que sobradamente que, “de
tal palo tal astilla”. No perdiendo nunca jamás ni las más
elementales normas básicas de educación y civismo, desde que
anunciaras en rueda de prensa que, la luz de tu padre,
Adolfo Suárez, alma y eje fundamental de la transición
política desde la dictadura a esta democracia española, se
apagaba irremediablemente por segundos.
El ocaso le pegó un zarpazo, el domingo 23 de marzo,
llevándoselo al más allá de los altares. Y la España de toda
ideología racional, llora desde entonces, la pérdida de uno
de los más ilustres políticos que ha dado nuestra Historia
en todos los tiempos. La que por segundos y a pasos
agigantados lo engrandece, al brotar de las catacumbas, las
muchas miserias de ciertos miserables, a los que tuvo que
hacer frente en momentos políticos delicadísimos, con
tantísimos ruidos de sotanas y sables... Dándole los pechos
de frente y por derecho a cada uno de ellos, desde que los
veía salir por los ‘chiqueros’. Manteniéndose firmes con las
zapatillas clavadas en el constitucionalismo, sin echar la
pata atrás, como lo hacen los grandes del toreo ante las
alimañas.
Recuerdo, estimado Adolfo, que en junio de 2006, viniste a
Algeciras para intervenir en unas jornadas de tauromaquia,
celebradas en una carpa instalada en la plaza “Las Palomas”.
Y a la finalización de las mismas te saludé, regalándote
dedicado uno de mis libros. Comentándote ciertos temas
políticos. No considerando oportuno detallarlos en estos
momentos…. Pero sí, te dije a continuación -la Cultura debe
estar por encima de cualquier ideología-. A lo que me
contestaste: “Así debe ser. Cuando regrese a Madrid, te
mandaré un libro de poemas que tengo escrito”.
Esa promesa, Adolfo, es la habitual entre escritores, pero
la mayoría de ellos se olvidan de cumplir con lo prometido.
Pero, no fue tu caso, porque en carta urgente fechada el 16
de ese mismo mes (conservo aún el sobre) me remitiste el
libro prometido titulado Poemas. El que tras leerlo, lo
ubiqué en mi biblioteca, en la sección de obras que me han
dedicado.
Pero, al sentir en estos días recientes y pasados parte del
dolor que has padecido. Tuve una necesidad imperiosa de
contactar contigo a través de la poesía. Y al alba del uno
de abril del año en curso. Fui en busca de Poemas y al
abrirlo por la tercera página, figura escrito a tu puño y
letra, en la dedicatoria que me hiciste, lo siguiente: “A
José Salguero, con quien comparto la pasión por el toro y la
poesía por encima de toda discrepancia, con todo mi afecto.
Firmado, rubricado. Algeciras, 10-VI-06”.
Estimado Adolfo, te diré que, Poemas, permanecerá ahora por
un tiempo indeterminado, como uno de mis libros de cabecera.
Y cuando el Sol, la Luna o la Tierra me lo demanden, acudiré
a tu obra, como los maletillas en noches oscuras o
estrelladas por las dehesas. Porque en sus paginas, negro
sobre blanco, figuran versos preñados con tanto amor y
embrujo propio de tu casta, nobleza y raza. Teniendo
intención que rebosen tus sensibilidades poéticas, por los
alamares de mis sombreros. Como en su día rebosaron por las
entretelas de la persona que iban dedicados.
Por ello, paso a escribir tu poema de la página diecinueve,
el que dice: “Del bosque en el alma, / una Encina inclinada…
/ desnudas sus ramas / cubiertas de plata. /… El Sol y la
Luna, / la noche y el alba… / la tierra su cuna / la nieve
su manta. / La Encina de plata, / del bosque dormida / en el
fondo del alma”. Y el de la página ochenta y cinco pone: “Si
una sombra maldita / oscurece el camino que sueñas / y una
voz en el alma suspira: /<<Tranquilo, quizás mañana veas>>.
/ Si mil veces te sueñas luchando / y algo dentro te dice
que puedes; / sin embargo, despiertas… / y el miedo y la
duda te vencen. / ¿A dónde vas?... ¿Quién eres?...”.
Eres tú, Adolfo Suárez Illana. Y solamente tú, podrás salir
victorioso ante los peones, de la partida que juegas. Porque
no hay música / que no nos haga recordar el dolor / al
recorrer la distancia del pentagrama / por raíles de ríos y
mares. / No hay música / recogida en conciertos magistrales
/ con notas blancas o negras / que no ocupen el periodo
vacío. / No hay música / encarcelada en los ritmos / que no
altere lo grave o lo agudo / de las pinceladas desérticas
del recuerdo. / No hay música / sin sonidos y sin acordes /
de historias a contratiempo.
Un fuerte y sincero abrazo, hermano.
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