El jueves pasado, por la tarde, en
cuanto oí la noticia acerca del incidente que había
provocado Esperanza Aguirre con policías municipales
en coche y otros motorizados, por haber aparcado en sitio
prohibido en esa zona de la plaza de Callao que ha sido
siempre santo y seña de la Gran Vía madrileña, dije para mis
adentros: la condesa consorte de Bornos y grande de España
ha comenzado ya a urdir maldades contra Ana Botella:
alcaldesa de Madrid por obra y gracia de un dedazo a tiempo.
Y, a renglón seguido, me dije entre mí: Manolo: no te
precipites en opinar al respecto, no vaya a ser que metas la
pata hasta el corvejón. Y te pongas a la altura de
Yolanda Bel, por ejemplo, cuyos pareceres sobre
cualquier cometido son tan desatinados como para que la
gente se los tome a chufla. Y, claro, me puse detrás de la
barrera a verlas venir.
Y así he estado desde el jueves hasta el sábado, que es
cuando escribo, oyendo y leyendo cuanto se ha venido
diciendo acerca del espectáculo montado, en tan principal
arteria madrileña, por parte de una mujer que sabe mejor que
nadie cómo juntar chinitas con los pies a sus enemigos. Y si
no que se lo pregunten a Alberto Ruiz-Gallardón.
Quien, en un momento de desesperación, parece ser que se
puso a decir por doquier: “Aunque creas que Esperanza es
buena amiga tuya no te fíes mucho porque es capaz de
prepararte una traición”.
Un andaluz lo habría dicho de manera más disimulada y con
más arte: “No te fíes de la conocida como condesa de Bombay
porque por delante te está haciendo la jarrita de plata,
pero te está juntando chinitas con los pies”. Modo de actuar
cuyo máxime representante en esta ciudad es nuestro alcalde.
Si bien nuestro alcalde no le llega en arte ni en nada ni a
la cintura de una mujer que fue capaz de decirle a Umbral:
“Paco: Yo no bailo agarrado con los hombres que no tienen
barriga…”.
Yo me la imagino, ahora mismo, a Esperanza Aguirre
dirigiéndose a Umbral con la voz achulapada y hecha una
manola de los pies a la cabeza. Y, como yo la veo, tengo la
certeza de que la lleva viendo ese Madrid de los Austrias y
los Borbones que siempre han estado caídos de boca por el
casticismo. Del que doña Espe es, sin duda alguna, el mejor
valor que la nobleza aporta a la causa del pueblo que se
queda embobado ante cualquier grande de España que acceda a
compartir con él los festejos tradicionales.
El casticismo de las clases altas es lo que hoy llamamos
demagogia, dicen los peritos en la materia. Y es que el
pueblo se siente halagado hasta extremos delirantes en
cuanto se percata de que los poderosos asisten a las
corridas de toros compartiendo asiento en andanadas altas y
lejos de los sitios donde se dejan ver los nuevos ricos o
ricos de toda la vida. Y qué decir cuando a alguien de la
aristocracia le da la ventolera por disfrazarse en
carnavales o presentarse en las verbenas para compartir
alegría con los ciudadanos de ir tirando.
Cada vez que se sale del tiesto Esperanza Aguirre, y muchas
han sido durante los últimos años, inmediatamente se hace
visible en la alacena de mi memoria una figura que sigue
siendo la máxima expresión del casticismo español: Isabel
Francisca de Asís de Borbón ‘La Chata’: Infanta de
España que llegó a ser Princesa de Asturias. Así pues, me
atrevo a decir que el sainete montado por doña Espe…,
castizales de tronío, en la Gran Vía, terminará por servirle
para alcanzar la próxima meta que se proponga.
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