La amistad entre Juan Vivas
y Juan Luis Aróstegui data de cuando ambos vestían
pantalones cortos. Los dos se entendían la mar de bien y
hasta estaban convencidos de que habían nacido para hacer
posible un mundo mejor. Un mundo en el cual los gobernantes
estuvieran a la altura de personajes como El Che Guevara
y Fidel Castro.
A medida que iban creciendo en edad, Juanito y Juan Luis
iban también despotricando contra quienes aceptaban el
franquismo sin inmutarse. No entendían cómo era posible que
la gente por convencimiento, por miedo, por necesidad o
porque con Franco vivían más que bien, no se rebelara
contra la dictadura en la medida que ellos deseaban.
Contradicción achacable a la edad y, por tanto, dispensable.
Juan Luis y Juanito ya habían decidido parecerse a sus
ídolos: aquellos revolucionarios barbudos que no se cortaban
lo más mínimo en desafiar a los Estados Unidos de América. Y
no dudaron en lucir pelambrera al uso y ropaje similar al
que vestían los combatientes refugiados en Sierra Maestra
para combatir a Fulgencio Batista.
Vivas y Aróstegui comenzaron a inquietar a los suyos.
Quienes ni entendían ni encajaban bien que los mozalbetes
anduvieran paseando la ciudad con semejante facha y además
dándoselas de admiradores de las rebeliones, de los
guerrilleros, del comunismo y de algo que les parecía aún
más grave: hablaban de Stalin con tanta suficiencia como
fascinación.
Sus mayores se alarmaron. La verdad sea dicha. Y con razón,
claro que sí. Puesto que ellos eran afectos al régimen por
cualquiera de las causas reseñadas en el segundo párrafo. Y
les había ido superior. No obstante, aunque les costó lo
indecible entender que las ideas de Juanito y Juan Luis
formaban parte de ese querer ser contrario a lo que habían
sido y seguían siendo sus progenitores, acabaron por aceptar
sus comportamientos, convencidos de que en cuanto se
hicieran adultos las ideas como los disfraces
revolucionarios pasarían a mejor vida.
En Juanito se operó el cambio muy pronto: en cuanto se vio
trabajando en el Ayuntamiento y tuvo a bien aceptar que en
esta vida, según le habían repetido muchas veces sus más
allegados, lo importante es arrimarse a los ricos. Y,
durante años, jamás se apartó de esa senda. Juan Luis, en
cambio, en cuanto ganaron los socialistas las primeras
elecciones, llegó corriendo a la sede sita en la calle de
Daoiz. Pero allí se encontró con el siguiente lema: “Aquí
somos socialistas antes que marxistas”. Y aceptó la
evolución. Con tal de medrar. Pero al querer ser el más
listo de la clase, como en él es costumbre, se quedó sin
catar cargo alguno y optó por tratar de destrozar al PSOE
mediante una división interna de la que salió un engendro de
partido: el PSPC.
De cualquier manera, la evolución política de Juanito y Juan
Luis no hizo mella en su amistad. Ya que, durante años,
ambos se las apañaron para poder seguir disfrutando de la
mamandurria política, aprovechándose de circunstancias que
no dudaré, cuando lo crea oportuno, ir reflejando aquí o en
cualquier otro espacio.
Actualmente, Vivas y Aróstegui forman un frente común, tan
aireado por mí y tan criticado por muchos. Menos mal que la
semilla chismosa (!) ha germinado y vengo leyendo y oyendo,
con cierto pasmo, a quienes se han atrevido ya a imitarme. Y
me alegro de que sea así: porque de ellos serán mis defectos
y mis errores.
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