La Coalición Caballas no desaprovecha oportunidad para hacer
gala de su animadversión contra el delegado del Gobierno,
sea por el tema que sea. La seguridad, la problemática de
Benzú, las células de habitabilidad y un sinfín de asuntos
en los que se pronuncia o afectan a Francisco Antonio
González Pérez, encuentra en Caballas a una especie de azote
de herejes, como si quisieran mortificarle de por vida por
ocupar el cargo que desempeña. Un comportamiento que no es
equiparable al sentido crítico que dispensan al presidente
de la Ciudad, Juan Vivas, con el que son mucho más
tolerantes y, desde luego, menos agresivos, dejando aflorar
un pacto entre el presidente de la Ciudad y Aróstegui cada
vez más evidente.
Todos quienes ejercen una función de responsabilidad pública
merecen un análisis a su gestión sin acritud y con sentido
de equidad. Cuando entra la inquina como aditivo, el
criterio de quien le enjuicia pierde sentido y se convierte
más en una “vendetta” que en un pronunciamiento exigente. No
parece justo ni sensato que, aquéllos que se quieren erigir
en el paradigma de la legalidad vigente, muestren una cara
ante unos políticos y otra bien distinta hacia otros.
El delegado del Gobierno puede que se equivoque, como todos
hacemos, y que no esté acertado en alguna de sus actuaciones
pero de ahí a convertirlo en el único problema para
Caballas, no deja de ser un desatino tan grande como
polarizar todos los problemas de este pueblo en la
institución de la Plaza de los Reyes. Y los términos
utilizados por Caballas y en especial por Juan Luis
Aróstegui contra Francisco Antonio González, más que
descalificar a éste, ponen en evidencia a los coaligados,
que pierden la razón que puede acompañar a algunos de sus
argumentos. Sus fobias son indiscutibles y se atisba más un
asunto personal que las verdaderas razones de la crítica
exacerbada. No se olviden que todos tenemos el derecho a
equivocarnos. Aróstegui debería saber que uno no esta jamás
tan cerca de la estupidez como cuando se cree sabio.
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