Como Juan Vivas presume de
tener memoria de elefante, y uno puede dar fe de ello, no
tendrá el menor problema en asumir lo que me dijo hace ya
varios años: “Manolo: Tú te llevas los lectores y yo
los votos”. Halago envenenado, por los cuatro costados, cuyo
significado yo entendí en el acto: no se te olvide nunca que
aquí soy yo quien corta el bacalao.
Personas de ese perfil, o sea votantes de nuestro alcalde y
lectores de este periódico y, de paso, de esta columna, me
vienen diciendo, desde hace ya cierto tiempo, que a ver si
encuentro una oportunidad para festejar cualquier
intervención o buen hacer del alcalde. Y llevan razón
quienes así se manifiestan con la corrección debida y
mejores intenciones. Así pues, a mí no me queda más solución
que responderles que son muchas las ganas que tengo de dar
albricias a nuestro alcalde por cualquier hecho destacable
realizado o buen comportamiento tenido. Pero que va pasando
el tiempo y no acabo de hallar motivo alguno para expresarle
mi alegría y felicitaciones.
Puede ser, por qué no, porque yo me haya vuelto muy exigente
con los políticos y también absolutamente contrario a las
más que reconocidas e injustas decisiones que ha venido
tomando Vivas para favorecer a ciertos amigos suyos. Cuyos
nombres son, por supuesto, harto conocidos por cuantos leen
‘El Pueblo de Ceuta’ y, ya puestos, a quien escribe.
Se me ha dicho, por parte de muchos partidarios de Vivas y
lectores míos, que yo debiera saber que si Vivas está
viajando tanto –últimamente- es por ser víctima de la
rutina. Que no deja de ser la costumbre de hacer cierta cosa
o de hacerla de cierta manera, que se sigue manteniendo
aunque no haya razón para ello o lo haya en contra. Según la
definición de lo rutinario.
Lo cual no deja de ser una solemne barbaridad. Porque
calificar así el trabajo de quien ha de cumplir con las
obligaciones de un cargo tan importante es ofensa que no
merece ni el cargo ni la persona que lo ejerce. Por más que
entienda que los hay que confunden rutina con el trabajo
habitual, normal, diario, semanal o vulgar.
Ahora bien, a mí no me sorprende, y de hecho lo refería,
días atrás, a propósito del viaje de Vivas a Melilla, que el
aburrimiento se haya apoderado de él y que arda en deseos de
quitarse de en medio en cuanto se le presenta la ocasión: ya
sea viajando a Melilla, a Madrid, a La Rioja, a los pueblos
blancos de Andalucía o a Portugal.
Y a mí me toca, cómo no, aprovechar la ocasión para salir en
su defensa. Con lo cual, conformaré a muchos de sus votantes
y a parte de mis lectores. Sin que sirva de precedente.
Veamos: quién no se aburriría habiendo cumplido ya casi 15
años como alcalde. Sentado en el mismo despacho. Rodeado de
los mismos objetos y viendo a las mismas personas. Quién no
se habría cansado ya de recibir el desayuno y la merienda a
la misma hora y en el mismo sitio… Quién no se aburriría
teniendo que soportar diariamente, aunque le cueste lo
indecible reconocerlo, la ñoñez, revestida de altanería, de
Yolanda Bel. O la escasa o ninguna ayuda que recibe
de algunos concejales y asesores nombrados a dedo.
Y así podría seguir enumerando motivos, nombres y
escenarios, que provocan cansancio mental, hartazgo y hastío
indefinido en nuestro alcalde. No me extraña que se haya
ido, radiante de felicidad, a los funerales de Adolfo
Suárez, a perorar en Lisboa y, metido ya en faena, por
qué no regresar a los madriles para presenciar el Madrid-Borussia
Dortmund en el palco del Bernabéu.
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