Las muestras de dolor por el
asesinato de Munir, la expresión pública de repulsa contra
la delincuencia indiscriminada y las voces que se alzan
pidiendo justicia, son la síntesis de un estado de opinión
que no quiere permitir más márgen de error ni más tolerancia
para una situación que parece desbordarnos y que está
sembrando de tragedia no solo una barriada como El Príncipe,
frecuentemente golpeada por estos episodios, sino que ya
trasciende al ámbito estudiantil de un instituto en el que
cursaba sus estudios un joven al que le han sesgado la vida
“por error”. Una sociedad que no es capaz de protegerse y
establecer los mecanismos de control necesarios para evitar
estos dislates, precisa con urgencia de personas con los
arrestos suficientes para evitar que nadie mire para otro
lado. Ha llegado el momento de la gran coalición contra el
asesino, de la colaboración ciudadana, de impedir que quien
lleva las manos manchadas de sangre quede impune y de poner
ante la Justicia al que atente contra las reglas que un
sistema de libertades establece y del que se aprovechan los
asesinos.
Quienes alzan la voz contra el asesinato indiscriminado, no
pueden luego interferir en la labor policial cuando se va a
detener a un malhechor. No se puede reclamar justicia y
luego practicar la ley del silencio para encubrir a quienes
han de ir a la cárcel. No caben hipocresías: todos a una
como en Fuenteovejuna contra los delincuentes. Con el
asesinato de Munir parece que se produce un punto de
inflexión como sucedió en la sociedad vasca con el asesinato
de Miguel Ángel Blanco, cuando ya no se protegía a los
terroristas. La sociedad ha de hacer causa común para
erradicar esta situación aberrante. Munir inocente, ¿quién
será el siguiente?
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