A la hora del ángelus de hace unos
días, cuando regresé a la choza donde habito. Como es
costumbre en mí, me lavé las manos en la palangana de
porcelana desconchada, con la pastilla de jabón del lagarto
que suelo gastar. No si antes, haberme cambiado el calzado
que utilizo para callejear. Colocándome las pantuflas
caseras de piel de borrega adquiridas en el mercadillo. Las
que dejo detrás de la gantera del zaguán, para evitar
contagiar mi morada, con gérmenes contaminantes y
parasitarios que las infecten.
Posteriormente, una vez atados los machos del batín de
torear las faenas caseras. Prendí los troncos de ‘maera’ que
‘trinqué’ de un cobertizo, propiedad de un nuevo rico
andaluz de este periodo antidemocrático. Y cuando ‘la caló’
del hogar estaba al rojo vivo como la sociedad trabajadora
española. Coloqué encima del fuego, la chapa de acero que
tengo, para calentar el sobre de sopa, de la manducatoria
que poseía en la despensa para almorzar.
Con la cuchara de palo que me fabricó, mi compadre el ‘Tío
Pericón’ de la Cañada de los Tomates de Algeciras. Hice
buena cuenta de su contenido con picatostes de pan
incluidos. Debiendo indicar que, al ser un día especial de
bachatas, sevillanas, sardanas y fandangos. Sin balar para
que no se evaporara el caldo, los chorreones de ‘suores’ me
resbalaban por el rostro pálido, famélico y cangallado.
Escociéndome las sobaduras de las boqueras, en cada
movimiento que hacía rítmicamente con el singular artilugio,
produciéndome agujetas por la falta de costumbre. Aunque,
aclaro que, me supo el cuchareo a gloria bendita, hasta
cuando finiquité la sopa de letras con todo su abecedario,
haciendo ‘barquitos’ con un mendrugo de pan enmohecido.
Dejando interiormente el tiesto ennegrecido con hollín, más
limpio, que la patena de los oratorios.
¡Madre del amor hermoso!, me siguen gruñendo las tripas. Por
lo que, no debo pensar en más comida. Pero sí en otros
entresijos, como el de la regeneración política que urge
hacer en España en estos momentos. Debiendo no hacer ganas
de comer ni con el pensamiento, porque el asunto está muy
tieso y los bancos de alimentos no dan acopio para alimentar
a los millones de pobres existentes, en esta España política
de rateros sin escrúpulos.
Aunque, al estar a punto mi maquinaria intestina de comenzar
el proceso digestivo. Si sigo acordándome de ciertos
marrajos sin dignidad ni ética. Se me puede avinagrar la
leche condensada de burra desayunada. Porque mientras ellos
gozan de delicatessen sin sufrir penalidad alguna. Al pueblo
lo tienen desesperado y hastiado con tanta hambruna y
medidas represoras impuestas.
Por ello, para cambiar el chip, me puse a pegarle una pasada
al hule de plástico con el paño de cocina. Y con una
regadera, humedecí el suelo para que no se levantara tanto
polvo como el del camino del Rocío. Barriendo después el
suelo de zahorra con la escoba de esparto. Para,
posteriormente, ya venteada la barraca, con vientos de
Levante procedentes del Estrecho de Gibraltar. Colocar la
cafetera encima del fuego para hacer café o sucedáneos de
pucherete, para aliviar tanto apetito. Al que acompaño,
cuando puedo, con unas galletas caseras bañadas en chocolate
negro. Elaboradas por mi comadre la ‘Tía María’ de la
barriada de La Juliana. Combatiendo con ellas, el mal sabor
a sebo añejo que me deja el caldo del hueso, en las gandulas
gustativas, con el calcio que poseen los nísperos de las
canaletas de sus tuétanos.
Cuando el agua del grifo, con sus dosis de cloro hirvió.
Cogí de la alcayata que tengo en la pared, junto al cuadro
del Papa Clemente del Palmar de Troya, un calcetín negro de
punto fino, que conservo para este menester a forma de
colador. Estando un poco desgastado por su continuado uso,
pero sin avugueros. Al que le pongo, dependiendo
circunstancias, un puñado de café puro, mezcla molida o
achicoria… Permaneciendo los posos en el mismo. Traspasando
al jarillo de lata, solamente el cafeteado mejunje.
Inmediatamente después, me senté en la silla balancín de
anea. Echándome encima de las piernas la manta mora de
ensillar a mi burra ‘Tomasa’. Enchufando con el mando a
distancia, el televisor en blanco y negro con UHF de la
marca Philips que aún poseo, con el papel transparente de
colores, que se le ponía por los años sesenta delante de la
pantalla, para hacer más agradable las imágenes. Y entre
sorbo y sorbo, me achicharré el cielo de la boca. Rabiando
dolorosamente como el pueblo en manos de verdugos
torturadores, cuando quieren hacerlo pasar por el aro,
cayéndoseme lagrimones saeteros. Y hasta aquí, estimado
lector, puedo proseguir escribiendo más sobre lo que le
relato. Porque se me ha nublado la vista, como consecuencia
de la real hambruna, que sufren millones de hogares en esta
España Borbónica.
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