¡Ay! ¡Don Juan Vivas y don
Juan José Imbroda de mi alma! No se privan ustedes de nada;
pero de nada. Así que uno tiene la convicción de que llevan
ya muchos años viviendo a cuerpo de rey. Vamos, con todo
regalo y la mayor comodidad que ni en sueños pudieron
imaginarse.
Les cuento alcaldes: tengo la certeza de que ustedes son muy
felices. Pero la felicidad que atesoran no se la achacaría
yo a cuestiones materiales. Es más, me consta que ustedes no
gastan apenas dinero para no hacer ostentaciones y sobre
todo porque no necesitan tirar de cartera cuando hay tantos
detallistas deseando que se les antoje algo para ellos
acudir presurosos a satisfacerles con caprichos de tres al
cuarto: naderías.
La felicidad de ustedes, queridos alcaldes, radica, por
encima de cualquier otra cosa, en que han visto realizados,
en los años maduros de la vida, los ideales soñados en la
juventud: ser alcaldes de dos ciudades atiborradas de
historia y situadas en puntos claves de la tierra.
Lo de ustedes, queridos alcaldes de Ceuta y Melilla o de
Melilla y Ceuta, tanto monta, monta tanto, es para que sus
admiradores, que son incontables, cada vez que salgan
ustedes a la palestra para contarnos algo, lo celebren
tirando cohetes: como hacían en Huelva cuando sus toreros
cortaban trofeos. En aquellos tiempos de Litri y
Chamaco, toreros de valor descomunal, una oreja cortada,
valía por un cohete; dos apéndices, dos cohetes; cuando les
concedían dos orejas y rabo, los fuegos artificiales duraban
toda la noche.
No me digan, queridos alcaldes, que no verían con buenos
ojos que cualquier arribista decidiera montarles a ustedes
una mascletada por cada servicio que prestan a los
ciudadanos. Y son tantos que, sin duda alguna, ambas
ciudades terminarían siendo una fiesta perpetua de ruidoso
colorido.
Sí, ya sé que lo que estoy diciendo nunca se hará realidad
por cuestiones que me atrevo a enumerar: por ser ustedes,
Vivas e Imbroda, o Imbroda y Vivas, que para el caso es lo
mismo, personas que desean pasar inadvertidas; sin deseos de
figurar; contrarias a realizar declaraciones altisonantes, y
esquivas cuando se trata de recibir reconocimientos.
Por todo ello, mi sorpresa no tuvo límites nada más leer que
ustedes, alcaldes, estaban preparando una cumbre bilateral
en Melilla. Mi extrañeza llegó a su cima. Y no sé por qué
motivo, y perdonen la expresión, me acordé de esos capullos
que para decir las potencias extranjeras de Centroamérica,
por ejemplo, van y dicen, las potencias foráneas de
Mesoamérica. O de aquel gili que a unos acuerdos
internacionales va y les llama acuerdos trasnacionales. O de
un Fulano tan remilgado que a una pedrada la llama impacto
de piedra, y a un tiro, impacto de bala. En fin, que si no
corto a tiempo el estado de pasmado en que caí, cuando leí
lo de cumbre bilateral, me hubiera pasado todo el día
repasando el ‘diccionario del español eurogilipuertas’.
¡Ay! ¡Don Juan Vivas y don Juan José Imbroda de mi alma! Yo
entiendo que ustedes puedan ser felices porque hayan visto
realizados, en los años maduros de la vida, los ideales
soñados en la juventud. Pero no hasta el punto de llegar a
creerse que son ya jefes de Estado o de gobierno. Que son
los que pueden acceder a una cumbre. Por consiguiente, hagan
el favor de borrarse del club de la pedantería, rectificando
y llamándole reunión al encuentro que tuvieron en Melilla. Y
dejen la cumbre para alpinistas de talla…
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