La semana pasada, concretamente el
martes, conté la conversación mantenida con un funcionario,
rodeado de otros funcionarios, debido a que éste me dijo,
sin venir a cuento, que él tenía que defender a Vivas,
aunque fuera en público, porque su hermano llevaba ya la
tira de tiempo ocupando un cargo muy bien remunerado,
gracias a un dedazo del alcalde.
El funcionario, metido ya en faena, siguió defendiendo a
Vivas y acabó augurándole éxitos electorales sin fin. Pero,
no contento con lo dicho, cerró sus comentarios con la
siguiente perla: “El problema de Vivas es que está rodeado
de concejales y colaboradores que no valen un duro”.
El funcionario sabía de lo que hablaba. Por tal motivo, y
aunque sin mencionar su nombre, yo no dudé en propalar su
denuncia. Porque era una denuncia en toda regla. Incluso
estaba seguro de que lo dicho por el empleado iba sentar muy
mal entre quienes forman parte del equipo de gobierno.
Los que forman parte del equipo de gobierno saben, desde
hace mucho tiempo, que cuentan con el desprecio del alcalde.
Si bien, por razones interesadas, se hacen los distraídos.
Eso sí, de vez en cuando se acuerdan de que son malquistos
por el baranda y ello hace que la sola presencia de él les
revuelva la bilis.
Lo de que los concejales no valen un duro, es algo que quizá
se le haya escapado a Vivas, más de una vez, en la
intimidad; esa intimidad que suele compartir únicamente con
dos o tres personas de su cuerda. Y, claro, ha faltado nada
y menos para que su lamento se haya convertido en un secreto
a voces.
De ser así, y no tiene por qué no serlo, el yerro ha sido
morrocotudo. Pues ese desprecio cantado hacia los suyos ha
ido generando entre los menospreciados un rencor que camina
ya embalado hacia la estación del odio.
Lo de que los concejales no valen un duro, analizado
fríamente, es frase que carece de sentido. Y me explico:
todos ellos fueron designados por el presidente del PP; o
sea, el alcalde. Quien, durante mucho tiempo, venía deseando
cumplir con esa misión y, naturalmente, sin que Pedro
Gordillo, o ningún otro, le pusiera traba a sus
decisiones.
Es lo que hablaba yo anteayer con un miembro del gobierno
que se despachó a gusto hablándome de un alcalde a quien
acusó de estar mal de la chaveta. De haber perdido el juicio
en momentos muy difíciles en todos los aspectos y, sobre
todo, de sentirse por encima de todos los ciudadanos.
Tengo la impresión, siguió largando mi interlocutor, de que
le puede el odio hacia cuantas personas no piensan como él o
bien no están dispuestas a decirle a mandar, señor Vivas,
que para eso estamos. Y ya no te digo…, si alguien osa
interrumpirle en cualquier momento en que esté haciendo uso
de la palabra… Entonces, pone ese gesto de pisar mierda que
ponen los habituados a que nadie cometa la imprudencia de
interrumpirlos.
Mi interlocutor, que sabe lo que dice y a quién se lo dice,
quiso advertirme de algo que no me era ajeno, la verdad sea
dicha. Y se pronunció así: “Mira hasta donde llegan las
obsesiones del alcalde que hay personas, muy afines a él,
que se dedican a preguntar por algunos establecimientos si
Fulano paga o no paga sus copas o lo que dicen Mengano y
Zutano de él en el corrillo donde estén participando. Para
tal menester, suele usar a ciertas personas, que luego son
favorecidas cada dos por tres.
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