La concentración de ayer en el
centro educativo Almina como protesta por la agresión
sufrida por una profesora a causa de una actuación violenta
de un alumno, vuelve a destapar la vieja polémica de la
violencia en las aulas, que adoptan varias modalidades:
desde las clásicas novatadas con bromas humillantes y
desagradables hasta las actuaciones violentas, bien entre
los propios alumnos o entre éstos y los profesores. Una
lección, la de la violencia y sinrazón que es una asignatura
que jamás se imparte en un aula ni forma parte de ningún
sistema educativo sino una perversión.
El nuevo episodio que enciende las alarmas no deja de ser un
exponente imperfecto del ambiente educativo, donde la
formación y el respeto, no siempre prevalecen por encima de
la violencia y en vez de primar la fuerza de la razón, los
hay que tratan de imponer la razón de la fuerza, en un
ámbito en el que se imparten principios, formación, y todo
un bagaje de conocimientos, entre los que no tienen cabida
jamás las conductas intolerantes y la actitudes violentas
con la agresividad como instrumento de intimidación.
La comunidad educativa cada vez que se siente agredida
experimenta la sensación de que un “borrón” empaña esa
página sin mácula que imprime la didáctica pedagógica. Los
deleznables comportamientos, siempre condenados, nos llevan
a reflexionar sobre qué tipo de educación impartimos y qué
tipo de individuos no son capaces de integrarse en el
sistema educativo. La aberración que supone no respetar a
quien imparte enseñanza, la torpeza de quien se conduce con
violencia y emplea la barbarie, no merece mas que la
expulsión. Los valores que emanan de las aulas y de la
formación educativa no conocen de lecciones de barbarie.
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