El sábado pasado estuve viendo
como el Chelsea goleaba amplísimamente al Arsenal en
Stamford Bridge. Equipo entrenado por Arsene Wenger:
ciudadano francés, lleno de melindres y ñoñeces con los que
trata de aparentar que es un intelectual llegado al fútbol
para darle a éste el toque especial de inteligencia de la
que dicen que el deporte rey está tan necesitado
Era un día festivo para el técnico del equipo más longevo
del fútbol inglés y con muchos títulos obtenidos en el Reino
Unido. Celebraba AW 1000 partidos en el banquillo. Enfrente
estaba José Mourinho: enemigo de las cursilerías y
dispuesto siempre a no cortarse lo más mínimo cuando se
trata de defender los derechos del club que lo contrata.
Wenger y Mourinho, por más que se diga que los polos
opuestos se atraen, no se pueden ver ni en pintura. Así que
ambos aprovechan cualquier motivo para sacar a pasear la
lengua con el fin de molestarse. Del intercambio de ironías,
burlas o incluso sarcasmos, sale siempre reforzado el
portugués; si nos atenemos a los resultados.
Mourinho está triunfando nuevamente en el Chelsea. Lo cual
echa abajo el consabido tópico de que segundas partes nunca
fueron buenas. El Chelsea es un equipo que se está
construyendo con futbolistas recién fichados y los veteranos
que estaban a punto de licenciarse: casos de Lampard
y Terry. A quienes, fechas atrás, Mourinho calificó
de “fanáticos de la victoria y ejemplos para los jóvenes”. Y
cómo olvidar el rendimiento que viene obteniendo de
Samuel Eto’o y qué decir del éxito de Azpilicueta
jugando en el lado izquierdo de la defensa, siendo derecho,
tal y como lo hiciera el mejor Reija en el Zaragoza
triunfante de los sesenta.
El Madrid, con la marcha del entrenador portugués, perdió a
un magnífico entrenador y, sobre todo, a alguien que no
admite que los jugadores sesteen en el campo o incumplan las
funciones recomendadas. ¡Cuánto me acordé de él durante
ciertas fases del partido que disputaban Madrid y Barcelona
y en las que Carlo Ancelotti parecía estar en Babia!
Verbigracia: Iniesta, escorado a la banda izquierda,
aprovechando el hueco que dejaba Carvajal cuando le
tocaba hacerle coberturas a Pepe, nunca se vio
inquietado por Bale. Y durante muchos minutos hizo lo
que le vino en ganas. Hasta conseguir un gran gol. Iniesta,
aprovechándose de semejante bicoca, pudo lucir maneras de
otro tiempo. Y puede que la moral cogida en el Bernabéu le
sirva para salir de la sima de juego en la que estaba
metido.
Mourinho, desde luego, no le hubiera permitido a Xabi
Alonso estar todo el partido cometiendo desmanes
futbolísticos. Lento, como una carreta cruzando la marisma y
con una rueda por cintura, el entrenador italiano fue
incapaz de ponerle remedio a un mal que influyó
decisivamente en la derrota de su equipo.
Ni en sus mejores tiempos fue XA santo de mi devoción
futbolística, por razones tácticas que expliqué muchas
veces, por encima, en una página que no está hecha,
precisamente, para análisis de este tipo. Pero, enterado de
que venía padeciendo de pulbagia, acabé siendo benevolente
con los petardos que pegaba.
Ahora, una vez recuperado de semejante dolencia, sigo viendo
que no da pie con bola y que Modric y Di María
han de multiplicarse para mandar en la parcela vital del
medio terreno. En esta ocasión, frente a una línea azulgrana
compuesta por cinco futbolistas de extraordinaria calidad,
sucumbieron en el intento. Mourinho lo hubiera evitado. Tras
ir ganando dos veces.
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