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OPINIÓN - LUNES, 24 DE MARZO DE 2014

 

OPINIÓN / LA ZARPA

Yo estuve en Madrid el 22-M
 


Julio Basurco Díaz
opinion
@elpueblodeceuta.com
 

Sin ningún género de dudas, el título de este artículo es ya algo que muchos repetiremos con orgullo en el futuro. Los que el pasado sábado estuvimos en Madrid participando en las Marchas de la Dignidad no salíamos de nuestro asombro. Reconozco que mis expectativas en cuanto a la participación eran bastante positivas, pero lo que me encontré al salir de la estación de metro de Atocha superó con creces los límites de mi optimismo. Sólo eran las 17:10, quedaba muchísima gente por llegar y ya era absolutamente imposible que el ojo humano acertase a localizar un espacio físico que no se encontrara saturado.

Mis compañeros y yo echamos a andar con la intención de situarnos lo más cerca posible de la cabecera de la Marcha. Inocentes. Ya podías adelantar y adelantar, caminar durante minutos y minutos que, en el horizonte, seguías sin ver el inicio de la manifestación. Echabas la vista atrás y ese final del que habías partido ya no era el final. El final ya ni se intuía. Parabas en un bar para ir al baño y durante los diez minutos de cola observabas como marabuntas y marabuntas de manifestantes pasaban por la puerta y te adelantaban. Sales del bar y te encuentras en las mismas: el final, pese a esos diez minutos de caminata de los que te has escapado, continúa sin verse, como si más que de una marcha se tratase de un universo expandiéndose hacia todas las direcciones. En ese momento, personas que conocen bien Madrid te aseguran que te encuentras ante un día histórico, ante una concentración únicamente comparable a las protestas por la Guerra de Irak. Hace rato que se dice que hemos pasado con creces el millón de personas. Horas después, ya sin sol que nos librara de ese frío que empapa la noche madrileña, Diego Cañamero grita, en un último esfuerzo por terminar de romper sus ya maltratadas cuerdas vocales, que somos dos millones los que hemos inundado Madrid. Muchos ya lo habían dicho, pero es igual. Todos flipan. Todos flipamos.

Minutos después de las emocionantes palabras de los convocantes de las Marchas, me empiezan a informar de que los mismos medios de comunicación que habían hecho todo lo posible por tratar de silenciar el acto, están dando cifras muy por debajo de la realidad. Algunos hablan de 200.000 personas, otros de 250.000. Sin duda es un insulto, aunque a nadie le sorprende. Es entonces cuando Laura me envía el enlace de un artículo de “El País”. Este decadente periódico que en su día disfrutó de prestigio internacional lanza un titular en el que habla de 50.000. Vergüenza, cabreo, el periodismo elevado a la máxima potencia de la manipulación y la desinformación al servicio de los de siempre. Asco, mucho asco ante tanta mentira y desvergüenza. Aún así, sería complicado otorgarle al diario de Cebrián el premio a la desfachatez.

Escribo estas líneas a bolígrafo en los reversos de cuatro panfletos que llevaba en el bolsillo tras ver en la cafetería del tren en el que me encuentro las portadas de “El Mundo” y de un panfleto al que nadie toma en serio llamado “La Razón”. Hablan de extrema izquierda, de violentos e indignos y apenas dedican un par de hojas a la posibilidad de realizar un tratamiento riguroso y analítico de una movilización histórica y absolutamente caracterizada por un pacifismo que imperó durante todo el recorrido desde Atocha hasta Colón y que sólo fue vulnerado en el momento en que unos antidisturbios sedientos de violencia comenzaron a cargar contra unas personas cuyo delito consistía en estar de pie en el sitio equivocado. Desde el escenario, los organizadores pedían a los Cuerpos de Seguridad que dejasen de crear un caos innecesario, les recordaban que estaban irrumpiendo en un acto pacífico y legal al que aún le quedaba tiempo hasta la hora acordada de conclusión y nos rogaban a los que allí observábamos atónitos que no entrásemos en las provocaciones policiales. La Policía pegaba y los manifestantes se defendían de un ataque premeditado e injustificado que, curiosamente, tenía lugar unos minutos antes de que abrieran los informativos de la noche. Se ve que tenían prisa.

Horas después, madrileños no sospechosos de ser de izquierdas me reconocen que sí, que esa es la forma de actuar de los cuerpos policiales cuando se llevan a cabo manifestaciones multitudinarias en la capital. Ellos revientan las concentraciones, ellos crean disturbios. La gente no tiene miedo de los delincuentes. La gente tiene miedo de la Policía. Así están las cosas.

Todo lo que acabo de narrar es lo sucedió el día 22 de marzo en la Plaza de Colón a eso de las 20:40, y ya puede decir misa ese lacayo de Rajoy llamado Francisco Marhuenda. El 22-M, digan lo que digan, ha marcado un antes y un después en la tarea de convertir la fuerza social en fuerza política, en la tarea de canalizar el descontento en base a un proyecto político común. Lo saben y por eso mienten y manipulan. Lo saben y por eso tienen tanto miedo.
 

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