Me repatea cada vez que oigo decir
a un político que admite las críticas siempre que éstas sean
constructivas. Cuando es harto sabido que tal crítica no le
interesa a nadie. Pues todos tienden a acaparar alabanzas.
Aunque debo confesar que, durante mucho tiempo, estuve hecho
a la idea de que nuestro alcalde podría ser la excepción. El
clásico mirlo blanco.
Semanas atrás, sin embargo, nuestro alcalde, ante opiniones
publicadas acerca de él, no dudó en declarar que éstas
procedían de personas que antes lo adulaban. Y achacaba ese
cambio a que ya no podían chupar de esa ubre institucional a
la que se accede mediante el clásico dedazo suyo. Lo cual es
una mala práctica, tan denunciable como que ya hay sentada
jurisprudencia al respecto.
Sus afirmaciones me dejaron turulato. Pues no me hacía a la
idea de que un profesional de la política, como es su caso,
diera muestras palpables de no haber asumido aún que estaba
tan expuesto a las críticas constructivas como a la gripe. Y
dije para mí: el señor Vivas se ha comportado como un
niño malcriado. Y la culpa es de todos los que, de una u
otra manera, le hemos venido dispensando un trato cariñoso y
complaciente. Y no hay cosa peor que un chiquitín que opta
por subirse a la parra.
Nuestro alcalde montó en cólera, por sentirse vapuleado, y,
claro, lo siguiente fue comportarse como un boxeador
golpeado: el doble de peligroso. Y desde entonces sigue
bisbiseando maldades contra nosotros y tratando por todos
los medios de hacernos comprender que su poder es omnímodo
y, desde luego, que quien no diga amén a cuanto él ordene es
condenado a que le den por retambufa.
Semejante condena duele. De modo y manera que pocas personas
son capaces de plantarle cara a alguien que va adquiriendo
más maneras de Nerón que de Napoleón. Perdonen
el pareado. Pero es preciso para decirles a ustedes que
muestro alcalde es rendido admirador del segundo.
Ante un poder tan desmedido como tiene el alcalde y tan
predispuesto a ejercer el terror entre quienes no le bailen
el agua, me decía un amigo, el sábado pasado, no cabe más
que salir huyendo.
Oyéndole, me acordé, inmediatamente, de lo que le oí decir
un día al gran Picoco: “Cuando veas guasa ajuir.
Porque la guasa quema mucho más que la candela”. Lo que
traducido del andaluz al castellano, significa lo que sigue:
de donde hay peligro, hay que salir huyendo.
Y el peligro es mucho. Máxime cuando cada día nos cuesta más
trabajo contentarle los oídos a nuestro alcalde. Lo cual es
la única manera de ponerse a salvo de todo contratiempo. Y,
por supuesto, de ese odio que él nos tiene y que le obnubila
la razón y le estraga la sensibilidad.
Más tampoco es menos cierto que el miedo se combate hablando
del miedo. Porque éste no admite pensamiento alguno. Y una
vez superada la jindama, todo resulta más fácil y llevadero.
Y hasta queda la esperanza de ir mermándole ese carisma del
que tanto ha venido presumiendo un Vivas venido a menos.
Tan a menos, que por muchas votaciones que gane, a partir de
ahora, le será más que difícil seguir manteniendo el fervor
popular que desató en su día: pues todos saben ya cómo se
las gasta. Y, cuanto más tiempo permanezca en el poder, su
deterioro personal irá aumentando a la vez que las ayudas
serán menores. Nuestro alcalde va dejando heridos por
doquier. Y no quiere enterarse.
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