LUNES 17.
El sábado estuve hablando con Juan Manuel Canca Román,
a quien sus amigos lo llaman Manel. A Manel lo conozco yo
desde hace un montón de años. Y no hace falta decir el mucho
aprecio que le tengo. Estima que se acrecentó en su momento
por verlo casi todos los días con un ejemplar de este
periódico bajo el brazo. Juan Manuel Canca es del Madrid.
Pero no de los que comulgan con ruedas de molino. Me dice
que las declaraciones hechas por Di María antes del
partido frente al Málaga no fueron de recibo. Se refiere
Manel a lo que dijo sobre que no quería jugar en la Rosaleda
para evitar una posible suspensión por acumulación de
tarjetas. Tras su opinión, Manel quiso saber la mía en
relación con el partido que se iba a jugar horas más tarde.
Y le respondí que si Isco formaba parte del equipo inicial
íbamos a sufrir de lo lindo. Y argumenté mi parecer: Isco
distorsiona el sistema táctico del equipo madridista. Ni
tiene cabida en la zona vital del medio terreno ni aporta
mucho como delantero centro flotante o falso, como se le
viene llamando ahora a una labor de la que Di Stéfano
fue su máximo hacedor. Isco está sobrevalorado. Lo cual no
quiere decir que no haga cositas… Mi estimado Manel, tan
madridista él como buen aficionado, seguramente se acordó de
mí durante el transcurrir de un partido donde nuestro equipo
sufrió lo indecible.
Martes. 18
Hoy, como casi todos los martes, paseo la calle y alterno en
establecimientos céntricos. Y sucede lo de siempre, en estos
casos, que se me pregunta sobre la política local y yo
respondo como creo que debo hacerlo. Pasadas las cuatro de
la tarde, y cuando ya iba de recogida, se me presenta la
oportunidad de pararme con cinco funcionarios que compartían
terraza en una cafetería de la Avenida Antonio López
Sánchez-Prado. Tras los saludos de rigor, uno de ellos saca
a relucir el nombre de Juan Vivas. Y espera mi
contestación. Y, claro, no le gusta la que le doy en un
periquete. Por lo que se expresa así: “Como tu comprenderás,
Manolo, yo tengo que defender a Juan Vivas, al
menos en público, porque hace ya muchos años que colocó muy
bien a un miembro de mi familia. Y debo decirte, eso sí, que
quienes rodean a Vivas no valen un duro. Vamos, que está
rodeado de inútiles”. No cabe la menor duda de que me puso a
huevo la respuesta: a un gobernante que elige a los peores
colaboradores no le cabe otra solución que dimitir. Al
funcionario, ante una verdad que no necesita demostración,
sólo le cupo expresarse así: “Juan Vivas va a estar en el
poder no sólo cuatro años más sino todos los que él quiera”.
He aquí un espíritu agradecido porque un familiar suyo tiene
un empleo, conseguido por recomendación, en el que se
trabaja poco o nada pero se cobra más que bien.
Miércoles. 19
Tomando el aperitivo con los conocidos de siempre surge la
conversación sobre nuestro alcalde y a mí se me ocurre decir
lo siguiente: “Sus, que le crujen las rodillas”. Los
conocidos de siempre se quedan extrañados ante la frase
hecha pronunciada por mí. Y a mí no me queda más remedio que
explicarles lo que significa la locución adverbial. También
se dice “guarda, guarda, que le suenan las choquezuelas”.
Esta frase es la que pronunció la Vieja del Candilejo,
cuando desde su ventanuco vio cómo dos caballeros se batían
y uno de ellos mataba a su rival, y cuando el hijo de la
vieja quiso salir a recoger el candil que se le había caído
a su madre, y a identificar al matador, la vieja le advirtió
que no lo hiciera, porque a quien le crujían las
choquezuelas al andar, según sabía toda Sevilla, era al
propio Rey don Pedro I. La frase se sigue usando en
Sevilla para advertir a alguien que no se meta en pleitos
con un poderoso, porque puede salir malparado. Es paralela
en su significado a otras como “con la Inquisición, chitón”,
o “con hermandad o cofradía no te metas en porfía”. Seguro
que a nuestro alcalde le encantará saberse tan poderoso como
lo fue el Rey don Pedro I.
Jueves. 20
Le he dicho hoy a una mujer con la que suelo conversar muy a
menudo, a la que respeto tanto como estimo, que de ella me
ha atraído siempre la voluntad y el valor. Y le expliqué que
frente a las situaciones penosas, a los conflictos
afectivos, a las rivalidades personales, las mujeres zanjan,
reaccionan, actúan. Los hombres, en cambio, solemos vacilar,
huir, tergiversar. Tanto en el terreno conyugal como en el
personal. Determinación, la de ustedes, que me sigue
asombrando. Esta señora, de la que hablo, me respondió que
no convenía generalizar, pero que es cierto que las mujeres
cuentan con la concreción y se emplean con la sutilidad
adecuada en momentos donde los hombres ni siquiera saben qué
hacer con sus manos. En realidad, el olfato, la sutileza y
el sexto sentido lo tenemos muy desarrollados.
Viernes. 21
Fechas atrás, tras enterarme de que Emilio Carreira había
formado parte de una reunión en la cual se habló sobre las
obras del Paseo de la Marina, tuve a bien destacar el hecho
como prueba evidente de que la recuperación del portavoz del
Gobierno marchaba viento en popa. Pero, por si había algunas
dudas al respecto, hoy se han despajados viéndole bajar la
pasarela del buque Fulmar, formando parte de una comitiva en
la que abría plaza Juan Vivas, seguido de
Francisco Antonio González, el ya reseñado EC y Pepe
Torrado. Pero antes, según prueban unas fotografías
publicadas en este periódico, ya había estado también
presente en la inauguración de un supermercado. El regreso
de Carreira al tajo es una buena noticia. Sobre todo para
nuestro alcalde. Ya que el mejor asesor que éste puede tener
en estos momentos es, desde luego, un Carreira sabedor de
que las aversiones son tóxicas y peligrosas. Emilio podría
ser ese tranquilizante que nuestro alcalde está necesitando
en grandes dosis.
Sábado. 22
Hablando de políticos, se me ocurre contarles hoy que buena
parte de del deterioro de la política procede del uso de la
ley del embudo; con la que los políticos reaccionan ante las
irregularidades delictivas, o no, de sus miembros: disculpas
y excusas si son sus compañeros, dureza y represión si son
sus adversarios. Por lo tanto, no deberían sorprenderse los
políticos de estar tan mal vistos e incluso que haya mucha
gente que sienta aversión hacia ellos. Eso sí, la cara de
los políticos, a medida que se sienten despreciados, por más
que en el fondo suelan recitarse esa letanía de “Dame pan, y
dime tonto”, se convierte en una cara sin expresión y que es
como una ventana cerrada. Y qué decir de su forma de hablar
ante el público: lo que dicen los políticos carece de color.
Y, naturalmente, pasan a la fase del desprestigio absoluto.
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