Se nos está diciendo que es
inminente su muerte. Y pienso, inmediatamente, que en cuanto
se produzca el óbito comenzarán a surgir las necrológicas
brillantes, ensalzando su figura, firmadas por todos
aquellos que nunca le reconocieron su inmenso esfuerzo
inicial hasta conseguir la celebración de aquellas primeras
elecciones libres que pusieron en España los cimientos de
una democracia que en ese instante principió a dar sus
primeros pasos entre enormes dificultades.
En Adolfo Suárez, por lo visto y leído, no creía
nadie, excepto el Rey. Debido a que entre ambos surgió la
amistad siendo el primero Gobernador Civil de Segovia. A
partir de ahí y a medida que Suárez iba ocupando cargos,
como el que tuvo en Televisión Española, el entonces
Príncipe frecuentaba al político.
Los columnistas de la época decían que AS “tenía el
demagógico arte de la seducción pública”. Que encandilaba a
las señoras de todas las edades por ser un atractivo joven
valeroso de derechas; vestido como si fuera un modelo de
grandes almacenes. Dotado de un modo excepcional de sonrisa
y de abrazos.
AS pasó el quirinal en cuanto llegó a la presidencia del
Gobierno. Por lo que se dijo entonces que era posible que en
la Historia de España no hubiera habido un presidente del
Gobierno designado –no elegido- que hubiera sido recibido
con tanto desdén y tanta voluntad de descalificación
personal como lo fue él cuando en julio de 1976 don Juan
Carlos de Borbón le pidió que se hiciera cargo de la
presidencia del Gobierno en sustitución del recién
destituido Carlos Arias Navarro.
Nada más aceptar el cargo, fue mayoritariamente juzgado y
rechazado como un genuino representante de la política del
franquismo. Con lo cual se tuvo que emplear a fondo para
intentar, primero, deshacer la desconfianza inicial o el
rechazo que su sola figura provocaba entre la oposición,
para conseguir inocular después en esos mismos
interlocutores la duda fundada de si él podría ser, en
efecto, la persona que consiguiera traer las libertades a
España sin necesidad de demoler de antemano las estructuras
políticas y jurídicas del viejo régimen.
AS consiguió lo propuesto en un tiempo récord. Gracias a su
sentido común elevado a categoría de fina estrategia
política, y gracias al apoyo jurídico de Torcuato
Fernández Miranda, la lealtad y la dedicación de sus
ministros y el respaldo granítico del Rey. Fueron momentos
exitosos del que disfrutamos los españoles. Sobre todo
cuando se celebraron las primeras elecciones y el país, con
Suárez al frente, respiró hondamente.
No obstante, el presidente del Gobierno fue dejando heridos
por el camino. Heridas que nunca cicatrizaron. Y que
empezaron a asomar de nuevo a principio de los ochenta. La
derecha franquista lo tachaba a cada paso de traidor.
Traidor pensaban que era y traidor le llamaron a voz en
grito sin solución de continuidad.
Ahora, cuando su hijo nos ha dicho que la muerte de su
padre, AS, es inminente, conviene recordar que el presidente
y su mujer, Amparo Illana, vivieron algunos domingos,
no uno ni dos, sino más, escenas tremendas. En algunas de
las Iglesias a las que acudían a misa, nunca la misma por
evidentes razones de seguridad, llegada la hora de darse la
paz, al ya ex presidente y a su mujer algunos fieles les
negaban la mano. Por traidor, por traidor a Franco, a la
derecha política, a la moral católica, a las buenas
costumbres y al destino universal de España. ¡Qué España!...
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