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OPINIÓN - SÁBADO, 22 DE MARZO DE 2014

 

OPINIÓN / EL ESQUINAZO

Nos deja un gran presidente
 


Jesús Carretero
opinion
@elpueblodeceuta.com
 

Sabíamos que el ex presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, seguía empeorando de su larga enfermedad, pero el hecho de que, desde su círculo más cercano no se diera ningún tipo de noticias nos hacía pensar que, cuando menos, su gravedad no sería extrema.

Desafortunadamente, la aparición en rueda de prensa de su hijo, Adolfo Suárez Illana, ayer por la mañana, nos ha hecho ver que las horas de Adolfo Suárez, el gran presidente de la transición, son ya muy escasas y que si no antes de salir a la luz esta columna, podría ser hoy mismo, o a más tardar mañana, cuando el principal artífice de la transición nos haya dejado.

Más de media España, de los que somos mayores de 50 años, tenemos que sentir su desaparición, porque con él la imagen del País cambió totalmente, en unos momentos muy difíciles, con una inflación cercana al 30%, con crisis no superadas y con todas las secuelas que quedaban en pie, unas con fuerza, otras más gastadas, heredadas del régimen del General Franco.

La llegada a la presidencia del Gobierno, a principios de julio de 1976, del joven político, un hombre del régimen, llenó de expectativas de todo tipo a casi todos, porque aunque el Rey, cuando lo nombró, acababa de dar una vuelta de tuerca a favor de la democracia, al haber fulminado a Arias Navarro, elemento más duro del régimen de Franco en los últimos años del General, Arias Navarro era el policía-policía de los de aquella época, presidente del Gobierno desde el atentado que costó la vida a Carrero Blanco, a pesar de todo esto, desde la calle se decía que Suárez era un hombre del régimen, fue el “delfín” de Herrero Tejedor, ideólogo del sistema en aquellos momentos que ostentaba la Secretaría General del Movimiento. Y Suárez sería su “heredero político”, pero un heredero leal, que fue capaz de desmontar el sistema, desde dentro, sin traumas de ningún tipo, dándole a cada uno su sitio, incluso al PC, y aunque se granjeara las iras y los odios de lo poco que quedaba del “régimen”, especialmente del bloque duro, su juventud, su sinceridad y su claridad, a lo largo de su andadura, hace que lo recordemos, mientras vive, como un gran presidente y cuando muera seguiremos pensando casi lo mismo.

Se ha dicho que sus conocimientos no eran profundos y puede que sea cierto, como también es cierto que no tenían unos conocimientos muy profundos Felipe González o Zapatero, pero él, siempre, tuvo un alto sentido del Estado, para el que esto, el Estado, siempre estaría por encima de su partido.

Y es que él, partiendo de aquí, fue un gran reformador, especialmente en dos terrenos, en el laboral y en lo fiscal, una doble parcela sobre la que siempre se había querido hacer algo, pero nunca se había profundizado en ello.

Y el primero y posiblemente más importante de los pasos que dio fue aquel acuerdo en el que todos colaboraron y que ha pasado a la posteridad como los Pactos de la Moncloa. Era una buena forma de empezar a caminar, había, además, falta de interlocución social y con él ya empezó a aparecer la labor sindical, hasta entonces desplazada, cosa que ayudó perfectamente a poder dar otros dos pasos más el Estatuto del Trabajador y la Ley de empleo.

Tocó todo, fue poniendo orden, él comenzaba y los demás le seguían de buena gana, era el comienzo de un período democrático y cuando dimitió dejó el camino expedito para que lo siguieran los demás, pero sobre todo lo que dejó fue un camino de cordura y de honradez, que otros han desviado, especialmente hacia la corrupción.

¡Ojalá! las palabras de Adolfo Suárez Illana no se cumplan tan pronto como parece que puede llegar ese fatal desenlace.
 

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