Llevábamos mucho tiempo sin cruzar
palabra alguna. Algo más de un año. Nunca me dijo, la verdad
sea dicha, Manolo, si sigues escribiendo mal de Vivas…,
te retiraré el saludo. Pero uno, que ya es perro viejo,
apenas necesita cuatro gestos, con visos de desaires, para
darse cuenta de que alguien quiere hacerse notar como
ofendido.
En esta ciudad, ofendidos conmigo debe haber muchos. Pero,
sinceridad obliga, no creo que todos tengan la misma
preparación que ha mostrado siempre la persona a la que me
refiero y cuya obsesión hablándome, días atrás, consistía en
rogarme que no se me ocurriera mencionar su nombre.
Coincidimos en el Hotel Parador La Muralla, apenas comenzada
la tarde y nos sentamos a una mesa de la terraza en la que
nada más que se oía el rumor del agua de una fuente capaz de
serenar los interiores. Aunque antes, y con cierta extrañeza
por mi parte, me había vuelto a saludar tan efusivamente
como solía hacerlo otrora.
Tras haber refrescado el gaznate con la cerveza de turno, en
día soleado, nuestro hombre fue al grano: “Se necesita un
político joven, nuevo e inteligente, pero con la madurez
necesaria para encarar los muchos problemas que existen en
esta ciudad. Créeme, Manolo, básicamente hay que buscar un
candidato moral y espiritualmente sano, que en lugar de
actuar por resentimiento, sea capaz de aplicar el sentido
común”.
Quieres decir que tú estás convencido de que nuestro alcalde
está acabado políticamente. Y que toda la confianza que
tenías depositada en él, desde hace un montón de años, se ha
ido al garete. Por lo que has pasado ya a formar parte de
los miembros de esa cofradía cuya opinión fundamental
consiste en que nadie debe estar rigiendo los destinos de
una ciudad tres décadas.
-Llevas razón. Claro que la llevas, Manolo; a pesar de que
he tardado mucho tiempo en aceptar el hecho y también en
conversar contigo. Incluso te diré que me he dado cuenta,
aunque tarde, que Vivas, como político, es más falso que
Andropov: aquel célebre director del KGB con conocimientos
económicos, además. Que empezó ganando fama de cercano y
persuasivo y terminó traicionando a sus más allegados cuando
se trató de mantener o elevar su posición.
Seguro que hasta acabaré por oírte, ya mismo, que estás
seguro de que el poder corrompe. Y que el poder absoluto lo
corrompe absolutamente todo.
-Sí; pero tampoco es menos grave que alguien, por llevar
muchísimo tiempo aferrado al poder, aunque sea mediante
acción democrática, demuestre a cada paso una crueldad
desdeñosa, una especie de brutalidad, más bien de un
carácter femenino. Por cierto, Manolo, hablando de carácter,
te diré lo siguiente: Cuando no sopla el viento, incluso la
veleta tiene carácter. Pues el carácter no deja de ser la
virtud de los tiempos difíciles.
Es momento de volver a refrescar el gaznate con otro nuevo
sorbo de cerveza. Mientras a escasa distancia picotean
varios gorriones por entre las mesas. Y me acuerdo de
Alejandro: aquel jefe de barra de la cafetería del
Muralla que sentó cátedra en el oficio. Pues cada mañana, lo
primero que hacía es alimentar a sus pájaros con verdadero
mimo...
¿En qué piensas, pregunta mi interlocutor?
En el daño que te habrá hecho a ti nuestro alcalde como para
que ahora vengas a contarme lo que me has contado.
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