Dice el diccionario que una peregrinación es un viaje a un
santuario o lugar sagrado con altas connotaciones
religiosas. Para mi es algo mas, la peregrinación es un
reencuentro con la historia de nuestra religión, hoy día de
una forma amable, descubridora, festiva e incluso divertida,
pero sobre todo es un reencuentro con nosotros mismos, es
dejar la puerta abierta a los sentidos, es un viaje del
alma.
Fue poco antes de la Navidad 2.009 cuando de forma
totalmente casual alguien dejó caer un comentario que puso
en guardia mis cinco sentidos: “los agustinos están
organizando un viaje a Tierra Santa”. Allí empezó todo, ese
fue el origen. Aquellas palabras casi susurradas al oído en
medio de un local lleno de pinturas de pasajes bíblicos,
santos, vírgenes, ángeles y velas, donde la música tronaba
por encima de nuestras voces ya un poco tambaleantes,
removieron en mi interior un deseo guardado por mucho tiempo
que emergió con una fuerza arrolladora. Ahí estaba la
oportunidad, era el momento. En la primavera de 2.010
volábamos a Tierra Santa.
Empezó de forma distinta a todo lo experimentado hasta
entonces. En el mismo Barajas los policías israelíes nos
interrogaron por grupos familiares. ¿Quién es vuestro
líder?, ¿cómo se llama?, ¿a qué vais a Israel?, ¿alguien os
ha dado un paquete, algo para transportar?...
Visitamos Nazaret, cruzamos el mar de Galilea cantando aquel
Novio de la Muerte inmortal, nos bautizamos en el Jordán y
nos volvimos a casar en Canaán. Comimos en Jericó, nos
asombramos en el desierto de Qumran, nadamos en el Mar
Muerto, cantamos villancicos en Belén. Y, en Jerusalén, en
la preciosa, decadente, santa y tumultuosa Jerusalén, nos
emocionamos como nunca.
Los padres agustinos nos llevaron y nos regalaron momentos
inolvidables como aquellas eucaristías en el Campo de los
Pastores o en el Monte Calvario a las 7 de la mañana, donde
se estremecieron hasta los iconos que colgaban en sus
paredes. Nos dejaron fotos como las del Muro de las
lamentaciones o las del baño en el Mar Muerto. Y las
mejores, las vistas de la Ciudad Vieja desde del Monte de
los Olivos.
Aquel fue el primero, el del conocimiento, el del
descubrimiento, el que abrió el sendero que marca el camino
y también fue probablemente, el más emotivo. El que nos hizo
hermanos a un grupo de personas prácticamente desconocidas,
amigos para siempre.
Aquello resultó tan buena experiencia que al año siguiente
continuamos, en primavera fuimos a Italia. Empezamos por
Florencia, museo al aire libre donde los haya, y reposamos
en un hotel, en Prato del que ninguno queremos acordarnos
pero que no se nos olvida. La visita a Florencia fue
maravillosa, siempre lo es, y siempre sabe a poco. Pisa nos
asombró por esa Piazza dei Miracoli tan inmaculada; la
pequeña Asís, de la que nadie deseaba partir, tal era la
tranquilidad y sosiego que se respiraba en la localidad.
Visitamos al Santo, San Antonio, en Padua, navegamos en
góndola por los canales de la república Serenísima de
Venecia; el mismísimo Domingo de Ramos, escuchamos la Santa
Misa como pocas veces volveremos a oír, en la catedral de
San Marcos.
Este viaje acabó con un broche de oro, visitando el
Miércoles Santo al Papa Ratzinger en Roma, esa ciudad de la
que uno nunca tiene bastante, y empachándonos de pizzas y
helados perdidos en el Trastévere. Durante la audiencia, he
de decir que aquello fue una autentica fiesta, banderas de
cientos de países ondeaban en una Plaza de San Pedro en la
que no cabía mas gente. “Agustinos de Melilla”, nos llamaron
por los altavoces, pero vamos, que nos dio igual. Allí
estuvimos con nuestras camisetas del “I love Ceuta”
2.012 fue el año de Turquía, el grupo iba creciendo, ya no
éramos los treinta y tantos del primero. Muchos repetían,
otros se quedaban y otros se enganchaban. Este fue quizás
uno de los grupos más numerosos, un viaje bastante cansado,
con más autobús y vuelos internos, con retrasos de horas.
Las rutas de San Pablo por tierras turcas llevaron a los
peregrinos por las ruinas romanas de Éfeso, los bellísimos
parajes de las fuentes termales de Pamukale, Konya donde un
grupo de refugiados iraquíes cristianos compartieron una
emotiva celebración de la santa misa con la peña, hubo gran
madrugón para pasear en globo por la Capadocia aunque
algunos se tuvieron que quedar en tierra porque el piloto
del globo dijo que no subía... hasta acabar en la milenaria
Estambul paseando en barco por el Cuerno de Oro, en tranvía
por la avenida Istiklal o por el Puente Gálata donde
mientras unos cuantos disfrutaban de un rico bocata de boga,
otras se quedaban encerradas en el Gran Bazar o disfrutaban
de un relajante hammam.
La cuarta peregrinación no tuvo nada que ver con las tres
anteriores, un país donde pocas iglesias católicas quedan,
donde en primavera el frio aprieta e incluso nieva, Rusia.
Moscú y San Petersburgo. Nada más empezar casi se aborta el
viaje en Málaga, un cambio de horarios y el avión ya había
salido, nuevos planes y todo resuelto en un par de horas.
Llegada a Moscú y un frio helador recibe al grupo, está
nevando, todos buscan refugio en los Starbuks.
El Kremlin, la Plaza Roja, el metro, las catedrales...viaje
en tren nocturno para cruzar medio país, donde las maletas
no cabían en los compartimentos y en el vagón restaurante se
acabaron las cervezas ante tamaña demanda de los peregrinos
caballas; para llegar, por fin, a orillas del Báltico donde
la ciudad de los zares, San Petersburgo, se alza hermosa. El
rio Neva con sus puentes, algunos construidos por el
ingeniero Eiffel, el Hermitage, museo donde los haya, el
palacio de Catalina, la fortaleza de San Pedro y San Pablo
donde yacen los zares y la familia Romanov, el teatro
Marinski con su perfecto e impecable ballet o la catedral de
San Isaac.
Todas son visitas inolvidables, todas en buena compañía y es
que no importa donde estemos o donde vayamos. Lo que importa
es esa mesa rodeada de amigos, un grupo cada vez más
compacto, la mejor red social a la que engancharse para
pasar un buen rato, juntos. En todos estos paseos los brazos
de los padres agustinos han sido un firme bastón donde
apoyarse, sobre todo para las damas de mayor edad, he de
decir que pasearon con gallardía de galán de cine a las
señoras colgadas de sus antebrazos.
Los peregrinos nos sentimos orgullosos de serlo, estas
vivencias se meten en el cuerpo y se convierten casi en una
adicción. Peregrinos hay de casi todas las confesiones,
judíos, musulmanes, budistas...todos buscando valores
espirituales como la renovación, la iluminación, la
purificación. El peregrinar no es llegar a un santuario y
comprar estampas, rosarios o medallas y volver con un montón
de fotografías. Se trata de una manera de pensar, de abrir
los balcones de la mente y enriquecerse con experiencias, de
meditar como evaluarse a uno mismo para mejorar y volver con
las pilas puestas, conseguir esa tranquilidad espiritual
para retomar el día a día con mayor energía e ilusión.
Este año el grupo cumple 5, un lustro, Croacia nos espera,
vamos casi los de siempre y alguno más. Lo que esperamos de
este viaje es conocer lugares, conocer gente, conocer un
poco más de la historia de nuestra religión y de la cultura
del país, pero sobre todo, lo que queremos es estar con los
amigos, y volver renovados, quizás crecer en la fe,
madurarla, estar más cerca de ese sosiego necesario para
viajar por la vida que hasta mas bueno ,dicen algunos, que
te hace, puede ser.
En agosto de este año, los agustinos hacen el Camino. El
nuestro, el español, el del Apóstol que está enterrado en
Santiago. No es un viaje turístico, es la peregrinación por
excelencia. Es austeridad, pero también generosidad, es un
camino que empieza en la puerta de tu casa, precioso, lleno
de riqueza cultural y natural, un camino de superación, de
encuentro y de vida. Este sí que engancha, pocos son los que
lo hacen y no repiten. Si queréis ir con ellos,
preguntadles. En el colegio os dan información.
Peregrinar es ponerse en camino para ir al encuentro de
Dios, para mí que Dios va contigo siempre, acompañándote en
el camino, búscate a ti mismo porque Jesús ya te acompaña.
¡Peregrino buen camino!
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