Desde siempre he sentido una
predilección especial por los diversos lenguajes de nuestros
bosques. Ellos no hablan, pero albergan una ternura que da
refugio a multitud de especies animales y vegetales. Conocen
todos los signos lingüísticos de nuestro hábitat. Se alzan
al cielo como protectores de vidas. También la especie
humana, incluidas más de dos mil culturas indígenas,
dependen de estas espesuras vivientes para poder caminar por
este mundo. Evidentemente, les necesitamos. Precisamos de
los árboles, aunque sólo sea para poder respirar. No
olvidemos que son los pulmones de nuestro planeta y el
corazón que mueve los abecedarios de nuestros pasos. Son
cruciales, por consiguiente, para dar sentido a tantos sin
sentidos humanos. Ellos sí que son el desarrollo sostenible
y la alternancia existencial, la seguridad al aluvión de
inseguridades nuestras, la fórmula poética que acrecienta
los cauces nacientes, la verdad silenciada a nuestro ruidoso
caminar, la fertilidad para nuestras sombras y el cobijo que
nunca falla, no en vano, son el recurso primario de atención
a la salud. Además, las áreas de bosques proporcionan -según
informe reciente de Naciones Unidas- tres cuartos de agua
potable, que es primordial para la agricultura, la
industria, la demanda energética y el uso doméstico.
Estoy convencido que, en los pensamientos de nuestros
bosques, anida un entusiasmo que va más allá de las
palabras. Si importante es el camino, las cuencas forestales
son imprescindibles para nuestro bienestar. Celebrar, por
tanto, el día internacional de los bosques (21 de marzo), es
como loar nuestra propia razón de vida. Son fundamentales,
ya no sólo para la lucha contra el cambio climático, también
para que podamos seguir viviendo. Son portadores del verso
que nos sustenta y cargadores de músicas que nos
trascienden. Una investigación reciente (estudio de la NASA)
acaba de demostrar que los bosques de la Amazonia reducen el
calentamiento global. A veces pensamos que el destino del
mundo depende de los poderes, de las gentes de pensamientos,
de los intérpretes y estadistas, y se nos queda en el
tintero, que aún hoy, multitud de personas utilizan la leña
como combustible.
Ello pone de relieve que es indispensable llegar a un
acuerdo global para cuidar mucho más y proteger nuestros
bosques de tantos desajustes sembrados por la especie
humana. En este sentido, nos llena de dolor que actualmente
la narco-deforestación azote a Centroamérica. Las grandes
narco-propiedades además sirven para monopolizar el
territorio, pues aunque comprar bosques esté prohibido, los
narcotraficantes tienen suficiente influencia política como
para asegurar su impunidad. En consecuencia, no sólo hay que
reducir la deforestación, también se debe prevenir la
protección de estos mantos que cubren grandes áreas del
globo terráqueo y funcionan como hábitats animales,
moduladores de flujos idílicos y conservadores de vida. El
dinero no lo debería comprar todo. Ya está bien, que estas
zonas boscosas, sirvan para traficar y limpiar ganancias
sucias. El amor a los bosques no puede tener precio.
Por desgracia, hemos de reconocer que hacemos bien poco para
que la deforestación ilegal y la degradación forestal no
existan. Las metas no suelen pasar del papel y los
compromisos también suelen quedarse en meras intenciones.
Ciertamente, nos falta conciencia para incorporar a nuestras
vidas los recursos que nacen de la propia historia natural
de la que todos somos parte. Es evidente que, cuando se
pierde la cubierta forestal, asimismo algo nuestro se
disipa, en esta biodiversidad de tonos y timbres que
compartimos. Ha llegado, pues, el momento de integrar las
necesidades del ser humano a las iniciativas de conservación
y rehabilitación de estas masas frondosas, que juegan un
papel vital en la vida del planeta. Desde luego, tenemos que
invertir mucho más en este capital natural, sabiendo el
importante papel de los bosques en nuestro mundo. Sin ellos,
nos acechan un montón de incertidumbres. Por eso, nos alegra
que la Política Agrícola Común (2014-2020) de la Unión
Europea, fomente un reparto de ayudas más justo, encaminado
a favorecer las prácticas agrarias respetuosas con el medio
ambiente. Al respecto, se asignarán 8.291 millones de euros
para seguir siendo competitivos, sostenibles y para fomentar
un desarrollo territorial equilibrado. Naturalmente, en el
equilibrio siempre está la virtud. Lo que produce es un
inmenso dolor pensar que los bosques nos hablan con su
palidez, mientras la especie humana ni los ve, ni tampoco
quiere escucharles a través de su lenguaje mustio.
¡Despertemos!
|