El invierno no ha sido
excepcionalmente frío, especialmente para los españolitos
que tienen medios para calentarse. Pero qué habrá sido de
los otros: de todos los que están viviendo igual o peor que
Deborah; esa mujer que acudió al pleno acompañada por
su madre para implorar que no le corten el servicio del
agua.
De los otros, todos los españolitos sin medios, que son
millones, tengo la certeza de que, sin haber sido la
estación invernal más fría que hayamos conocido, habrán
sufrido dolorosos sabañones en las manos, los pies o las
orejas. El mejor ejemplo de que millones de personas están
viviendo en sus propias carnes como si fueran los años de
nuestra posguerra: los años del miedo. Menos mal que hoy ya
es primavera.
La sangre altera. Dice el refrán de la primavera. Pero a
Deborah le lleva hirviendo la sangre desde hace ya mucho
tiempo. Madre joven, muy joven, necesita sacar adelante a
sus dos hijas con 360 euros. Tienen por hogar una casa que
está en ruinas. Una casa donde las paredes se caen a pedazos
y que, por mucho que ella quiera, no deja de ser un
cuchitril inhabitable. Aun así, sólo desea contar con agua y
luz.
Deborah se sintió feliz, inmensamente feliz, cuando un día
de febrero, de triste historia para esta ciudad, Susana
Román ordenó que le instalaran el agua. Vibró de
alegría. ¡Qué madre no disfruta lavando a sus hijos! Y hasta
pensó que tenía que ir un día a darle las gracias a la
consejera de Fomento. Y es que no hay personas más
agradecidas que las que ven como alguien hace algo por sus
críos.
Y cuando estaba a punto de salir de su casa hacia el
despacho de la consejera, con el fin de expresarle su
agradecimiento, se le ocurrió abrir el grifo y se halló con
que éste estaba tan seco como la mojama. Y, claro, Deborah
es pobre pero no tonta. Y en un amén cayó en la cuenta de
que si habían atendido su petición era porque había un
ministro visitando la ciudad y no querían que nadie alterara
el orden.
En aquel momento, empezó a bullirle la sangre a Deborah.
Exaltada al máximo, le dijo a su madre que estaba dispuesta
a reaccionar como merecía el hecho: una jugarreta en todos
los sentidos. Pero su madre, con el sosiego que dan los
años, además de calmarla, le dijo que no quedaba otra
solución que acudir al pleno y decirle a Vivas que hiciera
el favor de dar la cara y no eludir sus responsabilidades
saliendo por el garaje.
Lo de salir por el garaje sonó a cuerno quemado en la sala.
Inspiró tal recelo que pronto acudieron empleados del
ayuntamiento a procurar que madre e hija cerraran la boca.
Puesto que, hasta ese momento, nadie había osado decirle a
nuestro alcalde en su cara, y durante una sesión plenaria,
lo que es de sobra conocido: que nuestro alcalde parece más
que autoridad fugitivo de sus errores.
Deborah y su madre, todo hay que decirlo, no le perdieron
nunca el respeto a nuestro alcalde. Se limitaron a exponerle
sus problemas… Que no son pocos. Pese a que hubo un momento
en el cual le recordaron a Vivas que sus hijos lo tienen
todo y volvieron a echarle en cara que vaya a escondidas
desde el Ayuntamiento a su casa.
A nuestro alcalde sólo se le ocurrió recordarles a las
mujeres que estaban incumpliendo el reglamento del pleno. A
Deborah y su madre, según mi opinión, se les olvidó decir,
como quien no quiere la cosa, que hay corrupción porque la
gente tiene la razonable seguridad de que no será
perseguida. Ambas actuaron dignamente.
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