Llevo varios días paseando la
calle, por motivos que no vienen al caso referir, y,
lógicamente, se me presentan más oportunidades de hablar con
la gente. Actividad que me ayuda muchísimo a la hora de
ponerme a escribir.
La gente quiere saber si realmente odio tanto a nuestro
alcalde como reflejan mis escritos sobre él. Y les digo que
no. Que yo soy incapaz de odiar a nadie. Pero no porque
tenga yo madera de santo sino debido a que el odio es tóxico
y lo primero que estropea es la piel. Mayormente el cutis. Y
uno, la verdad sea dicha, si de algo puede presumir es de
tener el rostro alabastrino, aterciopelado, de rosa, de
seda… Más o menos como el culo de un bebé.
A nuestro alcalde, sin embargo -amén de haber perdido la
naturalidad, la llaneza, la sinceridad, la campechanía,
aunque fueran poses impostadas, que tampoco pasa nada por
ello-, sus errores, sus malas acciones y sus obsesiones
políticas le han puesto cara de malas noticias. No hay nada
más que ver la fotografía que viene ilustrando esa opinión
cuyo título se mete por los ojos: “Vivas y Al
Capone”.
La gente enfadada acostumbra a decir montones de tonterías
que realmente piensa. He aquí una de ellas: “Cualquier día,
ese que tú llamas nuestro alcalde te va a pasar factura por
ser tan crítico con él… Y uno que estuvo en un tris, cuando
adolescente, de adentrarse por los caminos de maletillas con
aspiraciones a ser toreros de tronío, va y suelta, como
quien no quiere la cosa, la definición de bravura: “La
bravura es la capacidad de lucha hasta la muerte”.
Cuando no reciben las respuestas deseadas a sus
interpelaciones, hay gente que no dudan en echar mano del
recurso fácil para ver si es posible cundir desánimo en
quien no hace más que cumplir sus obligaciones por escribir
en un periódico en el cual lleva muchos años y del que no
desea desertar y mucho menos por miedo a cualquier
represalia que pueda tomar un tío que está convencido de que
es el ceutí más admirable que ha nacido y, por tanto, con
derecho a mandarnos según una única voluntad: la suya.
El recurso fácil reza así: “Vivas volverá a ganar las
elecciones. Y quienes no estén conformes, ya sabe lo que les
espera”. Sólo les falta decir aquello de que el barco sale a
las ocho. Frase que estuvo de moda muchos años porque no se
les caía de la boca a aquellos sujetos que se ufanaban al
pronunciarla de ser más ceutíes que nadie.
El martes, precisamente, alguien me dijo que él tenía que
defender a Vivas. Aunque en público. Debido a que un
familiar suyo llevaba ya muchos años colocado a dedo por el
alcalde. Y siguió hablando sin que yo le hubiera pedido que
lo hiciera: “Lo que le pasa a Vivas es que está rodeado de
colaboradores inútiles. No hay un solo concejal que valga un
duro”.
Las palabras del funcionario, que así se manifestaba, me
puso a huevo la respuesta: “cuando un alcalde no sabe elegir
a sus concejales, siendo él además presidente del partido,
dimitir es lo primero que se me ocurre recomendarle.
El funcionario que se expresó así, ante otros compañeros,
hizo un canto al clientelismo imperante y, sobre todo, aireó
lo que nuestro alcalde no cesa decir entre sus más
allegados: “Mi gran problema es que estoy rodeado de
ineptos”. Le faltó decir que “la política es un cobijo de
incompetentes. Yo no los tendría ni de botones en mi
empresa”. Y ya hubiera sido la viva imagen de Jesús Gil y
Gil.
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