En esta ciudad hay con frecuencia
épocas en las que no se puede escribir sin peligro, ni
siquiera callar sin peligro. Épocas, como la actual, en que
si uno escribe a favor de la estúpida corriente, lo tienen
por tonto o lo tachan de paniaguado; y si escribe en contra
de ella, se da de manos con la inquisición. Con lo que ello
significa: columpiarse en el trapecio sin la socorrida red
de protección.
La red de protección en esta ciudad para quienes escriben en
periódicos, desde hace ya muchos años, consiste en no
comportarse como un estúpido. Debido a que nuestro alcalde
es enemigo declarado de la necedad. De hecho, ha reconocido
tener poca paciencia con los estúpidos; que, en su opinión,
son todos cuantos lo contradicen.
Nuestro alcalde es uno de esos egoístas sublimes, con una
fuerte tendencia moralizadora, que da por sentado que los
demás tienen el deber no sólo de adaptarse a sus decisiones
sino de aplaudirlas, y cuando esto no ocurre enseguida se
muestra ultrajado. Agraviado. Irritado de tal manera que
sólo piensa en cómo castigar severamente a quienes se hayan
salido del guión establecido por él y sus adláteres.
En la calle, que es donde el periodismo adquiere
importancia, hay amigos que suelen recordarme, a cada paso,
la aversión que siente el alcalde hacia mí. Lo cual me
congratula. Ya que, aunque a mí no me agrada que nadie me
odie, mentiría si no dijera que me siento orgulloso de que
lo haga Juan Vivas. Porque así puedo presumir de tener un
enemigo inteligente. Algo que no todos los considerados
estúpidos por parte de nuestro alcalde se pueden permitir.
Enemigo inteligente y peligroso. Y me explico.
El arte de la política exige siempre, de un modo o de otro,
la necesidad de matar. En la modernidad democrática, esa
liquidación del adversario está revestida de civilizado
ropaje del ostracismo, la expresión o la condena. Un
político alcanza la autoridad cuando ejercita su autoridad
destructora. Con el fin de inspirar respeto, o al menos
miedo, si es posible.
Nuestro alcalde, por achacársele que solía ahogarse en un
vaso de agua, necesitaba dar un golpe de ordeno y mando. Y
se le presentó la oportunidad cuando le llevaron la
grabación relacionada con lo que acabó siendo el ‘caso
Gordillo’. Y el asunto funcionó tan bien que le supuso
venirse arriba en todos los sentidos. Y hasta se dijo
mirándose al espejo: “¡Cuánta razón llevaban mis amigos al
decirme que en esta vida no se puede ir con un lirio en la
mano!
Los mejores amigos de Vivas, antes y ahora, son, sin duda
alguna, el dirigente de Caballas y el empresario que, siendo
concejal, pavimentó el centro de la ciudad y la convirtió en
una máquina de hacer rencos. Ambos, cuando el ‘caso
Gordillo’, acudieron con celeridad a felicitarlo porque, al
fin, ya podía presumir de ser un duro de la política. Un
killer político con pedigrí. Y entre abrazos chillados y
parabienes, por haberse desprendido de un adversario
convertido en mosca cojonera para todos, le propusieron que
ya era hora de acometer otra acción que podría incluso
proporcionarle más fama de tipo echado para adelante que la
obtenida con el tema de PG.
Todo principiaba con acabar con la Asociación Deportiva
Ceuta. Y esperar pacientemente las respuestas a semejante
tropelía por parte de quien correspondía. Con el único fin
de mostrarse como alguien que mandaba mucho. Actitud pueril
a todas luces. Que no se corresponde con un alcalde que se
precia de ser inteligente.
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