Mi memoria me permite todavía
acordarme de ciertas conversaciones mantenidas con
personajes públicos y que vieron la luz mediante entrevistas
a las que yo les dediqué muchos años. Por cierto, se
equivocan quienes dicen de la entrevista que forma parte de
un género menor. Puesto que no hay géneros mayores o menores
sino bien o mal escritos.
Ya ha llovido desde la última interviú que me concedió
nuestro alcalde. Lo cual no impide que sus respuestas a mis
preguntas, pese a los años transcurridos, sigan alojadas en
ese anaquel de la alacena de mi memoria donde se suelen
cobijar hechos y datos con absoluta nitidez y prestos
siempre a hacerse notar.
Nuestro alcalde también presume de ser memorioso. Así que lo
primero que me dijo nada más poner la grabadora a punto,
aquel día, fue que nunca olvida lo que se dice de él. Y no
dudó en manifestar lo mal que le había sentado el que yo lo
hubiera tildado de monocorde.
El reproche me lo hizo como quien no quiere la cosa: es
decir, con displicencia. Desde entonces supe que yo habían
entrado a formar parte de su lista negra. Conque decidí
pasar al ataque y le conté lo que se decía en los mentideros
políticos: que se había afiliado al Partido Popular para
medrar.
Tardó nada y menos en responderme que él se afilió al PP
cuando el GIL estaba a punto de imponerse en la ciudad. Y ya
se sabía que los ceutíes lo iban a votar casi
mayoritariamente. Por más que el PP tuviera mucho poder y
José María Aznar estuviera ya residiendo en La Moncloa.
No dudó en reconocerme que la llegada del GIL sirvió para
que el Gobierno presidido por Aznar se percatara de que
Ceuta estaba abandonada de la mano de Dios. Que la victoria
de los ‘gilistas’ fue toda una llamada de atención a un
Gobierno que se había desentendido de las necesidades de una
ciudad carente de todo lo habido y por haber.
Me reconoció que Pedro Gordillo y él llevaron lo del
voto de censura de manera eficaz. No faltó el elogio hacia
el amigo y presidente del partido: “Puso el interés general
por encima del suyo”. De Jesús Fortes dio una de cal
y otra de arena: le estoy muy agradecido por cómo se ha
portado siempre conmigo pero debíamos tener en cuenta que se
había gastado demasiado como político. En cambio, yo estaba
limpio como una patena. Por lo que los disidentes del GIL
decidieron que era la persona idónea para convertirme en
presidente de la Ciudad. De entre un grupo de nueve
aspirantes en el que yo figuraba en quinta posición. Ellos
alegaban, además, que yo era un gran gestor. Y destacaban
mis muchos años de experiencia como funcionario capaz y muy
preparado.
Me negó que él hubiera buscado refugio en la Delegación de
Gobierno, bajo la protección de Luis Vicente Moro; a
fin de evitarse las humillaciones a las que podía haberle
sometido Antonio Sampietro. Quien no se había privado
de anunciarlas entre los suyos. Sino que, simple y
llanamente, estuvo con Moro para aprender todo lo
relacionado con una Administración que desconocía. En lo
tocante a su tan celebrado buen talante, me lo describió
así: “A mí, cuando me explican un tema y no lo entiendo,
pido que me lo vuelvan a contar; si sigo en blanco, insisto
en que me lo aclaren otra vez, y si a la tercera sigo sin
comprender nada, ya sé que quien me está hablando no vale
nada”. Palabras de un gran gestor (!) que lleva 15 años
demostrándolo con creces.
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