A ti, mujer, esencia de azahares y
de jazmines inmaculados, por ofrecer desde los jugos de los
mimbres de tus entrañas, la miel y la sal necesaria para el
equilibrio vital. Al poseer en la columna vertebral de tu
ser, ese don innato para alumbrar y dar amor a través de tu
sabia y prodigiosa naturaleza. Fruto de los dones que
concebiste gracias a lo divino y a lo humano, del elixir de
la casta de la madera, con la que se componen las líneas y
los espacios, del pentagrama de tu obra maestra.
A ti, mujer, batuta directriz de la gran partitura musical
del Universo. Por marcar los tiempos y contratiempos, a
través de los puntos y contrapuntos de la sintonía
apropiada, en el devenir de tus halos. Para que velemos la
inmensidad de los sones de tus ritmos, con dosis
aromatizadas de romero y de rosas sin espinas, en el jardín
de los edenes de tus paraísos.
A ti, mujer, bemol de danzas y de valses de la gran
enciclopedia de los afluentes de tus ríos. Caudal sonoro,
transparente, puro y silvestre en las profundidades de lo
dulce y de lo salado de las olas del mar, de la tierra y del
cielo. Con sus nubes y con sus claros, con los que iluminas
las sonrisas y los llantos del sol, de la luna y de las
estrellas.
A ti, mujer, hija, esposa, madre y abuela... Por la
fragancia de tus notas blancas, negras, corcheas o
semicorcheas de tus principios. Con las que compones los
sonidos y las letras melodiosas del afinado canto dorado.
Para hacer frente a esos estruendos sonoros, con los que te
topas en cualquier tiempo y lugar en el caminar diario. Al
no respetarse el derecho universal de la igualdad entre el
hombre y la mujer, en todos los sentidos y aspectos de
nuestras mareas humanas, sociales, profesionales y políticas
del caos donde coexistimos los unos con los otros.
A ti, mujer, obrera o campesina, ama de casa o asalariada,
soprano o poeta, ejecutiva o limpiadora, taxista o
profesora… Por el principio de la coherencia de los
instrumentos de percusión, sonido o cuerda. Con los que
tienes que afinar y templar los acordes fuera de ritmos, al
ser discriminada por los discordantes del penoso concierto
de ciertas notas de la oficialidad imperante.
A ti, mujer, porque los latidos burbujeantes que brotan de
los manantiales de los encajes de tu vitalidad. Me hacen
percibir tu lucha constante por un mundo mejor, a través del
sacrificio y de la abnegación por una justa distribución de
la riqueza, renta y salarios. Para sacar a flote del hábitat
en el que se encuentra sumergido tu núcleo familiar, en esta
globalización materialista y bélica que nos imponen las
pautas graves y agudas de los despropósitos. Que tanto dañan
a la composición ideal de los diferentes tonos de la
sinfonía, a la que todos debemos pertenecer sin
distinciones.
A ti, mujer, dama de noche y dama de día. Por ser el puntal
imprescindible en los vaivenes del atril de los solsticios
de mi música. Composición necesaria para mis partituras,
desde que me amamantara en el vientre de mi madre. Porque,
en el acontecer pasando páginas en el álbum de los años, he
crecido como un junco con raíces sanas y frondosas, en la
otra orilla frente a la de los poderes establecidos.
A ti, mujer, acorde perfecto para sincronizar el timbre
ideal, de las escalas de los compases mágicos del bienestar,
de cualquier sociedad inscritas o no en los registros
oficiales. Porque el agua del fluvial que emana de tu
fuente, empapa las sequedades de las mentes opacas, obtusas
y grises.
A ti, mujer, porque el principal objetivo de los que
perturban el normal desarrollo de tus áureas. Es intentar
obviar, eliminar y anular los pilares y ejes fundamentales
de la Tierra, con los que debemos convivir en igualdad de
condiciones. Y cuando llegue el momento en que los
equinoccios entre el hombre y de la mujer sean reales, en
todos los segundos de los trescientos sesenta y cinco días
del calendario. Sonaran campanas de gloria, al haberse
eliminado las barreras, trincheras y muros…
A ti, querida madre, al haber cumplido recientemente ochenta
y cinco años. Habiendo afrontado los ciclos que te tocó
vivir con la integridad, vergüenza, decencia, trabajo y
sacrificio de las personas de bien. Sintiéndome más que
orgulloso de ti, porque eres la canela que me aromatiza cada
segundo de mis días. No cansándome de decirte diariamente
cuando voy a visitarte, que eres la mejor y más buena madre
del mundo, teniéndote en el altar que te mereces. Porque
santas las hay, pero a ti pocas te ganan. Porque, entre
otras virtudes y humanidades que te glorifican, es que si
fue necesario te quedaste sedienta y hambrienta, con tal de
alimentarnos a mis hermanos y a mí. Por ello, y más aún, te
adoro mamá. Gracias.
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