De haberle preguntado yo a
Francisco Antonio González, cuando se rumoreaba
insistentemente que iba a ser nombrado delegado del
Gobierno, que me diera una definición de la felicidad,
podría haber dicho que la felicidad es la realización, en
los años maduros de la vida, de los ideales soñados en la
juventud.
Y, claro, una vez puesto el toro en suerte, la siguiente
pregunta estaba chupada: ¿ha venido soñando con ser delegado
del Gobierno de Ceuta desde que se afilió a la ya extinta
Alianza Popular? Y tengo la certeza de que el sí habría sido
la respuesta. Un sí rotundo de alguien que, tras haber sido
concejal y diputado, con muchos años de experiencia en la
capital del reino, estaba deseando ocupar el despacho
principal del edificio gubernamental, que se yergue en la
plaza de los Reyes.
Ya sé que en el invierno de 2011, diciembre por más señas,
Pacoantonio no estaba pasando por los mejores momentos de su
vida; pues andaba recuperándose de una maltratada salud que
requería más que sobresaltos tranquilidad en todos los
sentidos. Pero él, pese a los consejos de que no aceptara un
reto envenenado para su precaria condición física, dijo que
nones y dio un paso adelante.
En aquellos días, alguien me preguntó si no había en
Pacoantonio cierta irracionalidad al querer ser delegado del
Gobierno de Ceuta. Cargo que, si bien está atiborrado de
complejidad en cualquier parte de la Península, en esta
ciudad adquiere enormes preocupaciones diarias por ser la
frontera del Sur de Europa.
Debo aclarar, cuanto antes, que la falta de racionalidad que
mi interlocutor le achacaba a Pacoantonio, en aquel momento,
por querer ser delegado del Gobierno, se debía a que éste
estaba sometido a tratamiento médico intensivo. Cuyas
secuelas, amén del estado de ánimo, podrían aturdirlo.
Pacoantonio no se dejó amilanar por nada ni por nadie. Él
estaba decidido a cumplir un sueño de juventud. Y dio el
paso al frente sabiendo, cómo no, lo que apostaba en
semejante empeño. Como asimismo se sabía de memoria los
nombres de sus enemigos. Que no adversarios políticos, en
este caso.
Llegó al cargo entusiasmado. Deseoso de hacer cosas. Y por
qué no decirlo…: quizá sumamente comprometido con la causa
y, por tanto, dando demasiadas explicaciones en momentos
donde nadie se las pedía. Explicaciones que le salían tan
impetuosas como frecuentes han sido durante su trayectoria
política.
E incluso pasó por fases en su dolencia que le obligaron a
padecer de lo lindo. Ya que estuvo sometido a duros
tratamientos y a sus secuelas. Mas nadie logró convencerlo
de que debía ausentarse de sus obligaciones a tiempo
completo. Así que se mantuvo al pie del cañón, como se suele
decir vulgarmente, aun cuando sus fuerzas flaqueaban y el
respeto a lo que le estaba pasando podía haberle arredrado.
Poco a poco se fue sosegando.
El 24 de septiembre pasado, Día de la Merced, hallé al
delegado del Gobierno en el Centro Penitenciario de los
Rosales y tuvo a bien pararse a charlar conmigo unos
minutos. Los justos para quejarse de cómo los había que
habían deseado su muerte. Frase dura. Pero que yo, sabiendo
lo que sabía, capté al instante por dónde iban los tiros.
Cuando parecía más que repuesto de sus dolencias le llegó el
golpe de los inmigrantes. Pero estoy seguro de que saldrá
adelante. Es más, estoy convencido de que es un buen
delegado del Gobierno y será aún mejor a medida que avance
su mandato.
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