Pasa por ser la barriada más pobre y peligrosa de España. No
sé si la más violenta, y ahora la tele la ha puesto de moda
y se lleva cada martes el tirón de más de cinco millones de
espectadores que siguen entusiasmados un guión inventado e
imaginativo, escrito a caballo de tramas amorosas,
islamistas, traficantes y criminales en las que, por igual,
se desatan pasiones arrebatadoras entre moras y cristianos,
asesinatos selectivos, atentados terroristas, tráfico de
drogas, que producen una vida agitada policial, en la que se
mezclan lo peor y lo mejor del ser humano, y todo en medio
de un colorido espectáculo que tiene lugar a apenas unos
kilómetros de una ciudad moderna y pacífica como Ceuta, que,
no obstante, pasa estos días por el drama de la inmigración
subsahariana. (Pero esa es una guerra aparte que le ha
tocado sufrir injustamente a los habitantes ceutíes,
ciudadanos acostumbrados a la convivencia en paz y gracia de
Dios, y durante siglos, entre razas y religiones, algo
históricamente demostrable.)
Durante el tiempo del franquismo la Barriada del Príncipe
era un abandonado anexo urbano de Ceuta, con vida propia,
mísera y pobre y un laberinto de callejuelas estrechas y
lúgubres que propiciaban el pequeño delito y que obligaba a
los ciudadanos ceutíes a ir acompañados de policías cada vez
que tenían que desplazarse la barriada.
Cuando pensábamos que la llegada de la democracia mejoraría
la situación social y económica del Príncipe, ocurrió lo
contrario. Una política errónea del Gobierno de Madrid,
pretendiendo favorecer a la ciudad de Ceuta, perjudicó
totalmente a la población de la barriada. Mantuvo una
política casi de apartheid, dejó que aumentara la
delincuencia callejera y abonó el terreno para la
proliferación del narcotráfico. De este modo, en lugar de
unir con intereses y con infraestructuras comunes la
barriada con la ciudad, lo que se hizo fue reforzar el
aislamiento de El Príncipe. Y esa es hoy la realidad que
unos cineastas están mostrándonos en la exitosa serie de
televisión, si bien debemos precisar que se cometen algunas
exageraciones y se confunde la belleza de la ciudad de Ceuta
con su lejana y abandonada barriada.
Sólo un día al año, cada primer viernes del mes de marzo, se
congrega una multitud, en la pequeña iglesia del Príncipe,
en la que participan incluso familias mahometanas que se
suman a la tradición anual del besapié del Cristo de
Medinaceli, aunque no lleguen a entender el significado real
de la conmemoración religiosa cristiana que tiene la
convocatoria. La imagen del famoso Cristo (siglo XVII), de
autor desconocido, se venera en la Basílica de Nuestro Padre
Jesús de Medinaceli en Madrid. Pero tiene otros lugares, con
réplicas perfectas del original, en los que también el
pueblo acude con fervor al acto religioso, como por ejemplo
la Iglesia de San José de Santa Cruz de Tenerife. Uno de
esos centros de peregrinación es la modesta iglesia del
Príncipe, en Ceuta. Se solía decir que todos los ceutíes
acudían al besapié cada año, con sol, con agua o con frío,
tal era la devoción hacia la imagen. Los cristianos ceutíes
más ortodoxos mantienen que la imagen del Cristo de
Medinaceli del Príncipe es la auténtica protagonista de la
azarosa historia de la Imagen, que, durante varios siglos,
fue sometida en las guerras con los infieles a todo tipo de
atrocidades y vejaciones. Para estos ceutíes, el hecho de
mantener a Madrid como sede religiosa oficial del Cristo se
debía a que la esposa de Franco, Carmen Polo, acudía
regularmente al besapié anual madrileño y nunca se dignó
considerar la posibilidad de que la autenticidad de la
imagen residiera en Ceuta. Sin embargo, una vez desaparecida
la familia del dictador, la tradición del Medinaceli en
Madrid se mantuvo con normalidad, incluso creciendo en
asistencia cada mes de marzo. Y, por otra parte, la devoción
de los católicos ceutíes también se ha mantenido más allá de
cuestiones políticas.
Dos motivaciones „al margen del motivo de actualidad que
aporta la tele„ me han llevado a dedicar este artículo a la
barriada ceutí del Príncipe. Una es el hecho de que forma
parte de la querida tierra en que nací. Y dos, que una de
las calles del Príncipe lleva el nombre de mi padre: José de
Loma Esteve, a quien ya podéis imaginar con cuánto cariño
recuerdo.
*Periodista y escritor
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