Tras su época de Primera Ministra,
Margaret Thatcher afirmó que su mayor logro se llamaba Tony
Blair. La “Dama de hierro” había conseguido que el Partido
Laborista abandonara los reclamos de la clase trabajadora y
adoptase el discurso thatcheriano del “todos somos clase
media”. Convirtió a la izquierda en centro.
El ejemplo contrario lo encontramos en la atacada Venezuela.
Hoy, los conservadores de allá no se pasean encorbatados,
sino en sudadera, gorra y ropa informal. Capriles, opositor
oligarca proveniente del partido de extrema derecha
Tradición, Familia y Propiedad, llamó “Simón Bolívar” a su
campaña y asombró a muchos con un mensaje cuasiprogresista,
reivindicando incluso la figura de un Chávez al que siempre
intentó derrocar. El chavismo ha cambiado Venezuela. En
palabras del politólogo Ïñigo Errejón, “Chávez recuperó la
política como un arte plebeyo y cotidiano”. Allí, si quieres
ganar elecciones tienes que ser pueblo, parecerte a lo que
Chávez fue.
Cuento esto porque creo que los ejemplos británico y
venezolano evidencian que los sentidos comunes son
construcciones sociales. Tanto Thatcher como Chávez
cambiaron el sentido común de su país, construyeron
“hegemonía”. La primera normalizó el conservadurismo y el
culto al dinero; el segundo, el orgullo, el antiimperialismo
y las ganas de luchar entre los olvidados y oprimidos. En
España, el Partido Popular, con su actitud ante los sucesos
de la frontera, lo que propicia es un sentido común
xenófobo, un pensamiento que normaliza a ciertos partidos de
la extrema derecha (como el racista Plataforma per Catalunya),
provocando que los demás partidos opten por adoptar mensajes
similares para competir en el terreno electoral.
Por otro lado, también legitiman la impunidad al transmitir
que quien exige responsabilidades políticas está en contra
de la Guardia Civil. Son cobardes. En su día, utilizaron a
las víctimas de terrorismo para estigmatizar a los que
defendíamos los Derechos Humanos; hoy utilizan de escudo a
la Guardia Civil para protegerse a ellos mismos cuando,
precisamente, fue el Gobierno el que, desde el primer
momento, se lavó las manos y pretendió que toda la culpa
recayese sobre los agentes de la frontera. El colmo de la
hipocresía y la poca vergüenza. Primero les culpan, les
dejan con el culo al aire y luego se presentan como sus
defensores.
La concentración en favor de la benemérita convocada para
este día 13 como respuesta a la marcha del pasado jueves en
homenaje a las víctimas constituye un acto repulsivo,
despreciable, bochornoso y vergonzante, una cortina de humo
y un ejercicio de manipulación que busca asentar el “método
Goebbels” de propaganda basado en aquello de que una mentira
dicha cien veces pasa a ser verdad. Que nadie se confunda.
La manifestación no es en favor de ningún cuerpo de
seguridad, sino del Partido Popular y su indefendible
gestión fronteriza, al igual que la que hace meses
convocaron en favor de las víctimas de terrorismo era, en
realidad, contra la Sentencia de Estrasburgo y los Derechos
Humanos. Que ningún incauto se deje manipular por el partido
de los sobres, las armas de destrucción masiva, los hilitos
de plastilina y las mentiras sobre el 11-M. Nadie ataca a la
Guardia Civil, sino a aquellos que dan las órdenes, mienten
y se esconden.
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