No pocas veces he recordado yo lo
bien que hablaban de Juan Vivas, en sus primeros
pasos como funcionario municipal, los políticos de los
ochenta. Todos ellos, de cualquier signo político, clase o
condición, se deshacían en elogios hacia un muchacho, nacido
en Ceuta, que había hecho la carrera de Ciencias Económicas.
Todos los políticos de aquella época, segundo año de la
década de los ochenta, calificaban a JV de afable, educado,
culto y, por encima de todo, lo destacaban como alguien que
trabajaba a destajo y que era tan servicial que a veces daba
la impresión de ser el chiquillo de los mandados de
cualquier casino de la ciudad. Era el ejemplo que más se oía
entonces.
Hablar del funcionario Vivas, en 1982, suponía tema de
conversación tan principal como para que se dejara a un lado
todo lo concerniente al Mundial de Fútbol celebrado en
España, la decadencia de la UCD, el auge del socialismo, la
concesión del Premio Nobel a Gabriel García Márquez,
o no decir ni mu de la figura de Lady Di paseando por
un parque, durante su embarazo, seguida por dos
aristocráticos perros, vestida de colegiala, como si fuera
un calco de Soledad Becerril.
Cuando llegaba Ricardo Muñoz -alcalde de la ciudad-
al famoso ‘Rincón’ del Hotel La Muralla, pedía suma atención
para poder ponerse ditirámbico con el funcionario de
carrera: Vivas. De quien decía que se le encargaban informes
municipales sobre cualquier cuestión y los hacía poco menos
que como un tratado de Estado. Y a partir de ahí, mi siempre
recordado RM entonaba una ristra de elogios entusiastas y
exagerados. Ante el silencio de los contertulios que
terminaban exhaustos de tantas alabanzas. Aunque todos
ansiaban que el brillante funcionario se dignara a rendirles
visita algún día.
El brillante funcionario, empleado en principio en una
empresa privada, cuyo propietario conocí y traté durante
varios años, nunca se dejó ver por la tertulia del hotel.
Quizá porque bien pronto adoptó esa manera de ser de
Greta Garbo: cuanto menos me vean mis admiradores mejor.
Más interés suscitaré… Y es que la fama no crean ustedes que
se logra como si tal cosa.
La fama del funcionario Vivas, en aquel tiempo donde se veía
venir lo que se llamó el cambio, que no era sino la
anunciada victoria de Felipe González, se cimentó por
medio de hombres que no se cansaban de ir propalando que
Ceuta contaba con un funcionario que sabía de todo y todo lo
hacía bien. Y además se ufanaban de haberlo conocido y de
poder glorificarlo en vida. Ellos eran, es decir, los
pregoneros de tan buena nueva, Manolo de Castro, Domingo
Ramos, Rafael Sánchez de Nogués y José Luis Morales. Y a
fe que la propaganda que hacían de Vivas era porque estaban
convencidos de que el joven funcionario gozaba de capacidad
suficiente para obtener grandes logros a su vera. Así cobró
vida una asesoría que acabó como acabó… Los citados nunca
dijeron ni pío al respecto. Aunque yo tuve la suerte de
oírlos en privado.
Como acabó aquella asesoría y quienes le ayudaron a medrar,
terminará también su carrera política. La carrera política
de un hombre que no cesa de discursear. Convencido de que
arrastra a la multitud. Sin percatarse de que su voz no se
agarra a la garganta y que no deja de ser un orador de poca
monta. Amén de que nunca estuvo dotado de intuición
política. Lo viene demostrando a cada paso. Ahora, además,
parece ser que tiene la chaveta averiada.
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