Fui de los primeros, si no el
primero, cuando César, siendo portero titular del
Madrid, se retiró lesionado en la final de la Champions
League, de 2002, cediendo su puesto a Iker Casillas,
que se atrevió a enjuiciar al joven, nacido en Móstoles,
como guardameta carente de condiciones para imponerse en el
área pequeña, con escaso o nulo manejo del balón con los
pies, pero con gran facilidad de movimientos y, sobre todo,
con unos reflejos extraordinarios.
Precisamente, en ese partido frente al Bayer Leverkusen
-ganado por los madridistas (2-1)- y a partir del minuto 67,
Casillas ni se enteraba de los balones por alto que
propiciaban despejes de los defensores que finalizaban en
saques de esquina. En uno de ellos, gracias a un barullo
delante de un Casillas agarrado a los postes, éste hizo una
parada de balonmano -con los pies- que fue cantada y
celebrada como si hubiera sido lo más grande nunca visto.
Y los periodistas se olvidaron siempre de que las buenas
actuaciones de César fueron las que habían llevado al Madrid
a jugar esa final de la Champions League. Y que, tras
lesionarse, el marcador era favorable a su equipo. Los
periodistas, por llevarles la contraria a Fernando Hierro
y a Vicente del Bosque, que no querían ver a Casillas
ni en pintura, dieron en la manía de convertir en mito a un
muchacho a quien se le perdonaban todas las deficiencias
técnicas, en la misma medida que se exageraban esos unos
contra unos que tanto dieron que hablar.
Intervenciones que se hallaban al alcance de muchos otros
porteros, que jugaban incluso en categorías inferiores. Lo
difícil era encontrarlos altos, con mando en el fútbol por
elevación, destacado dominio del esférico y golpeo
excelente. Cualidades que principiaba ya a requerírseles a
los guardametas.
Sin embargo, con tan escaso bagaje futbolístico, y dado que
el Madrid dominaba más que era dominado y hacía muchos
goles, Casillas fue curtiéndose ante el apoyo generalizado
de la prensa y la mirada torva de sus zagueros. Hierro, por
ejemplo, lo miraba torcidamente cada vez que se veía
obligado a sacar de puerta porque el muchachito no llegaba
ni a la mitad del campo. Con lo cual el central se hacía
trizas sus aductores. Y el Madrid, por semejante
despropósito, jugaba cerrojo estático.
Elegido por Luis Aragonés, tras corresponderle a la
Diosa Fortuna su parte alícuota sobre la decisión, huelga
decir lo que vino después como titular de la selección. A
partir de entonces, lo idolatraron y gozó de tal inmunidad
que cualquier crítica hacia Casillas estaba considerada
crimen de lesa majestad. De modo que nunca se preocupó de
mejorar sus defectos, mientras que se iba descubriendo que
ni sabía ordenar una barrera y que en los saques de esquina
el Madrid jugaba a la ruleta rusa.
La llegada de José Mourinho al Bernabéu y sus
informes acerca de los defectos del portero fueron el
detonante para que al portugués le hicieran la vida
imposible la prensa en general y la madrileña en especial.
Lo que no esperaban los periodistas, ni las empresas
anunciadoras, es que Carlo Ancelotti sabía ya lo que tenía
que hacer.
Diego López ha demostrado que está hecho de una pasta
especial; pues de no ser así, ya le habría dado un coscorrón
al muchacho nacido en Móstoles. A quien corresponde decirle:
sus declaraciones, en estos momentos, sobre DL, son como el
beso de Judas. DL haría muy bien en dejar el Madrid dentro
de tres meses. Si no es masoquista.
|