Pienso que el ser humano vive una
vida plenamente humana gracias al ejercicio de la cultura.
Necesitamos instruirnos para crecer, para ahondar en lo que
nos une, para ser más humanos en definitiva. Tengamos en
cuenta que hay una necesidad de expresión en toda persona y
de compartir esa expresión restauradora de tantas dignidades
perdidas u olvidadas. Por desgracia, cada día son más los
ciudadanos a los que se les niega la vida, y se les trata
como una mercancía. Realmente tenemos que mirar con otros
ojos nuestra existencia, valorar mucho más lo que somos y
tomar razón de no acostumbrarnos a convivir con las
difíciles situaciones de miseria y violencia que nos
acompañan o nos dan de pleno. Al fin, uno tiene que volverse
aborrecible de este tipo de escenarios humillantes, que
torturan sin miramiento al semejante.
Esta necesaria emergencia cultural ha de acompañarnos en los
buenos hábitos de formar conciencia humana para poder
discernir la realidad. Las adicciones son muchas. Hay todo
un armamento mundial de droga o de juegos, que están
destruyendo el corazón ciudadano. Hemos de volver al cultivo
de los valores humanos, a la memoria del pasado que tantas
veces nos encadena y, si quieren también, a la utopía del
futuro que en ocasiones nos inquieta, al presente que se nos
escapa, pero que está ahí, esperándonos para reconstruir los
sueños de un mañana más decente. Verdaderamente, tenemos que
avivar el encuentro, impulsar la clemencia, estableciendo
relaciones de respeto, para que podamos hablar de un
efectivo renacimiento del ciudadano como tal. Lo que no
tiene sentido es que aún haya naciones que ejecuten a las
personas, con frecuencia violando lo que establecen las
leyes internacionales.
Ciertamente, todavía en los países más desarrollados, con
sistemas legales robustos y eficientes, con múltiples
salvaguardias judiciales, han condenado a muerte a
individuos que posteriormente resultaron inocentes. Es hora,
pues, de promover otro tipo de lealtades y de búsquedas más
restauradoras y eficaces. No hay evidencias de que la pena
de muerte, por ejemplo, tenga un efecto disuasivo. De ahí la
importancia de activar otros procedimientos más
rehabilitadores socialmente que, efectivamente, contribuyan
a la enmienda del culpable, propiciando de este modo una
conocimiento crítico que contribuya a la tolerancia y al
diálogo. No tenemos otra manera de caminar en armonía para
la construcción de la cohesión social, que la reconciliación
entre pueblos y naciones, entres seres humanos y su propio
hábitat.
Naturalmente, los derechos humanos son los que nos hacen
mejores personas, son los principios que nos permiten crear
(y recrear) la cultura de la especie, en base a su dignidad.
No sólo debemos ser defensores de ellos, tenemos que
impulsarlos como fuente de inspiración y manantial de
actuación. Seguramente, de este modo, descubriremos lo
importante que es sentirnos entre iguales todos los seres
humanos. Por esto la humanidad, como familia, ha de tender a
alargar los cauces globales del progreso, la unidad entre
todos mediante el cultivo de la autenticidad y una puesta en
servicio permanente, lejos de cualquier fanatismo.
No olvidemos que el fanático se cree que sabe más que nadie
y que siempre está en posesión de la verdad. Por el planeta
caminan demasiados conquistadores, y pocos asistentes
dispuestos a dedicarse completa e incondicionalmente a vivir
(y a difundir) por el mundo el verso del amor, como lenguaje
del corazón y de la vida. Sin duda, todo lo que es humano
irradia esa donación. No lo destruyamos. Debemos ser más
sabios y saber retornar al camino de la moral, retomando la
senda del juicio recto. Jamás arrinconemos la experiencia de
la grandeza de una persona. Analicémosla y veremos que está
en relación directa a la convicción de su fuerza ética.
Dicho queda, en un tiempo en el que hasta los mismos
derechos básicos se relativizan para condolencia de la
humanidad.
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