Me gusta ver espigar el sol al
romper el alba, despertarme y descubrir que nace para todos
por igual, sin distinción de género, ni horizonte. No es
preciso subordinarse a nadie, tampoco a nada, para disfrutar
de su armónico amanecer. Este goce natural ha pervivido en
el tiempo hasta que el ser humano dejó de sentir la poesía
como pulso de su vida. La desigualdad ha sido una creación
humana, un negocio interesado para propiciar discordias, un
signo de opulencia que genera egoísmo y rompe la armonía. A
raíz de este absurdo acaparamiento, o apropiación indebida,
ya no todos tenemos las mismas posibilidades. Realmente
tampoco transitamos del derecho a los hechos. La realidad
nos revela, que esta igualdad de buenas intenciones entre
mujeres y hombres no pasa del papel a la práctica. Para
respetar este nativo orden, es necesario oponerse a tantas
falsas concepciones que impiden actuaciones conjuntas y
básicas como es el bien común de la persona con las
características complementarias, jamás excluyentes, de lo
que es femenino y masculino.
En consecuencia, pienso que es hora de afrontar multitud de
discriminaciones que habitan en el mundo. Este mes de marzo,
coincidiendo con el día internacional de la mujer (día 8),
puede ser un buen momento para reflexionar sobre los avances
y los retrocesos, y también para trazar nuevos objetivos,
máxime en un momento en que se está elaborando una nueva
agenda mundial para el desarrollo sostenible después de
2015. Por eso, ya me gustaría que, en todo el planeta, ese
sol que nace para todos, fuese verdadero agente de cambio
social. Mujeres y hombres están llamados a coordinarse, a
trabajar unidos, lejos de cualquier sueño, bajo el deber de
complementar talentos en la mejora de una sociedad más
hermanada humanamente. Algo que, evidentemente, requiere una
gran sensibilidad para poder armonizar el acercamiento entre
unos y otros, la cordialidad entre familias, para asegurar
que todo ser humano pueda vivir libre de la violencia en
cualquier lugar, recibir igual remuneración por trabajo
semejante, tener voz en todas las tribunas y en todas las
agendas de poder. En definitiva, tenemos que normalizar lo
que se ha desnaturalizado.
Ciertamente, debemos asegurarnos de que el género no es
motivo de discordia entre los ciudadanos de este mundo.
Todos poseemos derecho a participar de ese sol de justicia
y, de hacer justicia, donde no exista. Una sociedad del
conocimiento como la presente no puede dejar de resolver que
mujeres y hombres, ambos por igual, están llamados a
construir un mundo más habitable, y lo será, en la medida
que se avive la armonía entre sus moradores. En ese amanecer
diario precisamos ocuparnos más de lo naciente. Si nuestro
cuerpo y nuestro espíritu no caminan ensamblados,
difícilmente vamos a tener días de sol. Lo mismo sucede
entre las personas, precisamos que nos dejen ser nosotros
mismos para percibir los movimientos naturales y, de este
modo, experimentar un respeto natural por la diversidad
desde la concordia.
A mi juicio, este propósito tiene una importancia capital a
través de la educación y la cultura, dos ventanas que forman
y conforman el punto de inicio y el inevitable nexo de
partida desde el que se puede comenzar verdaderamente el
cambio para construir un mundo más de seres humanos, sin
divergencias absurdas, sabiendo que toda discriminación es
una forma dominadora contraria a la misma naturaleza de la
que formamos parte. Sin lugar a dudas no existe una fuerza
más poderosa, que la unión de hombres y mujeres trabajando,
con claridad de mente y rectitud de hábitos, por horizontes
comunes que dignifiquen al ser humano como tal, mejorando su
convivencia cívica y estableciendo el fin de toda violencia.
Es verdad que todos los años, por esta fechas, solemos
repetir una y mil veces: el NO a la violencia doméstica y
los abusos, a las violaciones, a la trata de seres humanos,
a la mutilación genital femenina, al matrimonio infantil, al
feminicidio en general; y, aunque esto ha contribuido a
mejorar el respeto entre las mujeres y los hombres, aún
queda mucha tarea por enmendar y corregir. Objetivamente,
asumo que el cambio es posible en la medida en que el
compromiso sea real y la impunidad deje de existir ante este
tipo de atropellos. Por desgracia, son muchas las mujeres
que hoy viven con miedo. Y, lo peor, es que siguen sin ver
un rayo de luz en su camino.
En todo caso, a pesar de las penumbras discriminatorias, los
seres humanos, abandonando cualquier forma de intolerancia y
aislamiento, estamos llamados a hacer extensiva la
conciliación de género en el planeta. En este sentido no
sólo tenemos que reflexionar sobre la convivencia de mujeres
y hombres en igualdad, también hemos de celebrar la valentía
de muchas mujeres en la lucha permanente. Gracias a su
coraje, sabemos que en los países en los que hay más
igualdad de género también se percibe un mayor crecimiento
económico. Según Naciones Unidas está comprobado que las
empresas que cuentan con más líderes mujeres logran mayores
rendimientos. Asimismo, los acuerdos de paz que incluyen a
las mujeres además son más duraderos. Estas situaciones lo
único que hacen es acentuar la esencialidad del avance de
género para asegurar el bienestar de todas las sociedades
del planeta.
Considero, pues, como conclusión, que todos los gobiernos
del mundo, si en verdad desean que el sol amanezca para
todos por igual, deberían reconsiderar las diversas
discriminaciones basadas en el género, como puede ser la
violencia contra las mujeres y las niñas, un fenómeno
universal que está teniendo enormes costos para las
sociedades; igualmente la igualdad de oportunidades,
recursos y responsabilidades; además de asegurar que las
mujeres tengan voz en los espacios de toma de decisiones.
Sin embargo, no todo está perdido. Hay motivos para la
esperanza. Por ejemplo, que entrase en vigor el Tratado
Internacional sobre los derechos de los trabajadores
domésticos, - muchos de los cuales son mujeres-, los mismos
derechos laborales básicos que los demás trabajadores. O que
las mujeres logren una cifra sin precedentes del 63,8% de
los escaños parlamentarios en Rwanda (cámara baja) - un
salto de casi un 8 por ciento desde sus últimas elecciones,
siendo el único parlamento en el mundo con una mayoría de
mujeres. O que se adopte una Resolución sobre el
fortalecimiento del papel de las mujeres en la prevención y
la recuperación de conflictos. O que una mujer como Malala
Yousafzai, reciba el premio de Derechos Humanos, por su
esfuerzo al derecho a la educación de Pakistán.
Por suerte, hay muchas más pruebas, pero es suficientemente
esclarecedor, sobre todo para dejar de manifiesto que es
necesario continuar prestando especial atención a las
cuestiones relativas al género, puesto que aún es mucho lo
que queda por hacer.
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