La reciente visita de nuestro
alcalde a Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda y
Administraciones Públicas, le está sirviendo para decirnos
que él ha ido al ministerio a la búsqueda de mucho dinero
para acometer una tarea ingente: la reforma de la frontera.
De la que Susana Román se ha encargado ya de propalar
que sería una obra descomunal. Un trabajo faraónico.
Pero antes de que en la sesión plenaria interviniera la
consejera de Fomento, haciéndonos ver lo bien que ha
aprovechado nuestro alcalde lo acontecido en la frontera, el
seis de febrero, hemos tenido que soportar un debate entre
el dirigente de Caballas y la portavoz del Gobierno.
En plena controversia, discusión aparentemente agria, para
divertir a la galería y evitar suspicacias, Juan Luis
Aróstegui y Yolanda Bel me han recordado lo que
reza: “Los hombres que moralizan suelen ser unos hipócritas,
las mujeres que lo hacen son indudablemente feas”.
En este caso, me corresponde decir, porque es de justicia,
que YB no cumple con el requisito de la famosa cita
adjudicada a Oscar Wilde. Puesto que la portavoz,
pese a que lleva ya mucho tiempo dando camballadas
políticas, que están causándole cierto deterioro físico, aún
conserva garabato suficiente como para que sus más rendidos
admiradores -y admiradoras: no vaya a ser que me tachen de
misógino- sigan suspirando por ella a cada paso.
Al margen de ese buen palmito femenino que luce la consejera
YB, tampoco careció esta vez de desparpajo cuando acusó al
dirigente de la coalición Caballas, poco más o menos, de
padecer un extraño fenómeno de introyección que le lleva a
adoptar el lenguaje y las actitudes de Francisco Franco.
Nombre que no se le cae de la boca en ningún momento. Como
si estuviera obsesionado con él.
En ese momento, por más que la consejera de Presidencia,
Gobernación y Empleo, portavoz y no sé cuántas cosas más, no
me pueda ver ni en pintura, se me ocurrió gritarle tres
hurras, tres bravos, tres expresiones inconfesables, con tan
grande tono de voz, que hasta mi perro, todo asustado, salió
corriendo a refugiarse en su rincón de seguridad.
Sí, la portavoz del Gobierno, no creo que asesorada por
Juan Vivas, dio en la diana: el dirigente de Caballas
tiene un franquito dentro que le impide ser feliz. Siempre
lo ha tenido. Y siempre ha tratado de asesinarlo. Aunque,
por más empeño que haya puesto y siga poniendo, es quehacer
baldío. Y no será porque el buen hombre no lo haya
intentado: rebelde sin causa durante su adolescencia, pronto
se disfrazó de Che Guevara; abrazó el comunismo y
terminó siendo el mayor vocero de la socialdemocracia. Y, al
paso que va, podría hasta terminar sus días siendo del PP.
Lo que no consiga Vivas…
Cierto, lleva usted razón, toda la razón del mundo…: es muy
bueno y saludable que las personas evolucionen en todos los
sentidos. Y, primordialmente, en las ideas políticas. No hay
mejor ejemplo que el de nuestro alcalde: que hablaba de
socialismo a todas horas con nuestro siempre recordado
Fructuoso Miaja. Quien llegó a decir en el Rincón del
Hotel La Muralla que Vivas estaba, incluso, varios escalones
por encima de la izquierda del PSOE.
Del pleno cabe destacar –también- cómo se están aprovechando
los políticos de las desgracias ocurridas el seis de
febrero. Ahondando en la herida de una tragedia para ganar
adeptos. Ah, olvídense ya, de una vez por todas, de la
Guardia Civil. ¡Basta ya!
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