El seis de febrero forma ya parte
de uno de los días negros de esta ciudad. Tan negro como
para que rebasadas ya las dos semanas de la tragedia
ocurrida en una de sus playas, donde perdieron la vida
muchas personas que ansiaban asentarse en una tierra mejor
que la suya, aún se siga escribiendo, hablando, discutiendo,
analizando e investigando las causas que originaron el
drama.
En las tertulias, sean estas televisadas o radiofónicas, las
opiniones sobre el fatal desenlace acaecido son tantas como
distintas. Todos los participantes expresan sus pareceres y
no pocos suelen aprovechar la ocasión para arrimar el ascua
a la sardina de sus conveniencias.
Los articulistas de los medios escritos y digitales, que son
muchos, claman contra la injusticia de lo sucedido, como no
puede ser de otra manera; aunque, inmediatamente, reconocen
las dificultades con las que han de actuar los guardias
civiles en frontera tan desprovista de todos los medios
necesarios para afrontar una tarea enorme, descomunal,
peligrosa… Tarea de la que hasta ahora la Comunidad Europea
se ha llamado a andana.
En cualquier caso, tampoco conviene echar en saco roto las
críticas que se han producido acerca de la desidia que han
venido mostrando los distintos Gobiernos de la Nación;
sabedores de que en Marruecos miles y miles de inmigrantes
esperan el momento en que las mafias les indiquen que les ha
llegado la hora para entrar en Ceuta y desde la que podrán
poner rumbo a la tierra de promisión de un nuevo mundo.
Hay que tener en cuenta, también, que las autoridades que
han manejado la información del desastre ocurrido, el ya
fatídico seis de febrero, día negro para la historia de esta
ciudad, no deben quejarse por la críticas que vienen
recibiendo por parte de los partidos de la oposición y de
los medios afines y menos afines. Y, desde luego, deben ser
las primeras en desear que todo se aclare. Por más que en el
empeño alguien hubiera de asumir las posibles consecuencias
derivadas de cualquier torpeza cometida. Puesto que así lo
exigen los muertos. Que son, a fin de cuentas, los que más
han perdido.
Ahora bien, en momentos así, es decir, ante desgracias de
tamaña magnitud, todos sabemos que existen personas capaces
de salir a la palestra para avivar el fuego de la inquina
contra quienes ya han sido señalados como posibles culpables
de los hechos.
Personas que carecen de miramientos o reparos a la hora de
tachar de cruel al delegado del Gobierno; de energúmeno,
soberbio y altanero al Director General de la Guardia Civil,
e hipócrita sin escrúpulos al Ministro del Interior.
Individuos que aprovechan el drama que se está viviendo para
darle rienda suelta a la secreción de la bilis almacenada
día a día en el quehacer habitual…; el exabrupto santificado
por toda una vida de indisposición contra el mundo que les
ha impedido conseguir logros por los que han venido
suspirando. En suma: disfrutan de lo lindo, en trances donde
resulta de una comodidad apabullante hacer del buenismo
bandera. Y salen a escena enfebrecidos por la demagogia y el
rencor.
Cobardes y tramposos se titula el artículo escrito por
Juan Luis Aróstegui contra el delegado del Gobierno, el
Director General de la Guardia Civil y el Ministro del
Interior. ¿Cómo es posible que el íntimo amigo de nuestro
alcalde, y quizá su mejor asesor, haya sido capaz de mostrar
tanta ferocidad contra compañeros de Vivas?
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