Ceuta es una ciudad pequeña con
problemas de urbe grande. No en vano es frontera con
Marruecos. Es decir, con el Norte de África. Aquí suceden
los mismos sucesos que en otros sitios peninsulares. Pero en
los sitios pequeños, y éste lo es, todo cuanto acontece de
malo se magnífica, se hiperboliza y bien pronto cunde el
miedo, se disparan las aversiones y el delegado del Gobierno
se convierte en el centro de atención de todas las miradas.
No hace falta ser muy despierto de mollera para darse cuenta
de las muchas dificultades que hallará en su camino el
representante del Gobierno en la Ciudad Autónoma. Quien
mejor las expresó fue Fernando Marín López,
subdelegado del Gobierno, en una entrevista que le concedió
a Francisco Amores “Curro”, publicada en 1982.
Cierto es que Marín López se refirió solamente, eran otros
tiempos, a la imposibilidad de aplicar la ley a rajatabla en
Ceuta. Tampoco es que se viva al margen de ella, aclaró bien
pronto la autoridad, pero verdad es que hay seguir tolerando
lo que se hizo siempre. Si se combate la costumbre…, surgen
los roces.
A Marín López lo traté yo bien poco. Casi nada. Me lo
presentaron un día cuando ya estaba a punto de arribar a
Ceuta el primer delegado del Gobierno de la democracia:
Manolo Peláez. Con quien sí mantuve muy buenas
relaciones hasta que Francisco Fraiz decidió
enturbiarlas.
Los delegados del Gobierno nunca han sido bien acogidos en
esta ciudad. Se les suele llamar virreyes, de manera
despectiva, y ni siquiera se les otorga esos cien días de
voto de confianza antes de enjuiciar sus actuaciones. Labor
en la cual ha destacado siempre un tal Aróstegui. Y a
fe que lo ha hecho con suma contundencia.
Debido a los ataques furibundos que reciben los delegados
del Gobierno, de uno y otro bando y en bastantes ocasiones
sin venir a cuento, muchas veces he salido en defensa de
ellos. Aunque jamás los he frecuentado en su residencia ni
mucho menos me he aprovechado de prebendas a las que no
pocos han accedido.
Mi defensa de los delegados del Gobierno, por hallarse en
condiciones de serlo, me ha supuesto siempre la
animadversión de los políticos contrarios al delegado
correspondiente. Por lo que he logrado ganarme la tirria de
los diputados socialistas o populares por censurarles el
discurso prefabricado que traían de Madrid contra la
autoridad residente en la plaza de los Reyes.
Tal vez por dicho motivo mis relaciones con Pacoantonio
nunca fueron las mejores. Y es que yo me he negado siempre a
aceptar que “la moral se esgrime cuando se está en la
oposición; la política cuando se está en el poder”.
Francisco Antonio González lleva ejerciendo la
política activa casi desde que vestía pantalones cortos. Y,
por tanto, sería absurdo negarle que esté curtido, avezado y
fogueado en las tareas que tiene asignadas. Amén de que
fueron innumerables las veces que él, cada fin de semana,
siendo diputado, aleccionaba al delegado de turno acerca de
cómo habían de hacerse las cosas.
El delegado del Gobierno está pasando uno de los peores
momentos de su vida política y personal, claro que sí. Pero
está tan acostumbrado a crecerse ante las dificultades
-¿verdad, Paco?-, que estoy convencido de que sabrá
afrontarlas con el tino y el buen hacer que le exigen las
circunstancias dramáticas de lo ocurrido con los
inmigrantes.
Ser delegado del Gobierno no es fácil. Nunca lo fue…
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