El desplazamiento hacia la derecha
del pensamiento colectivo ha conseguido que lo que hace diez
años era ser “normal”, hoy sea poco menos -o incluso más-
que ser un estalinista sectario. Defender algo tan básico
como los derechos más elementales nos acarrea a algunos el
tener que lidiar con acusaciones de radicalismo,
ultraizquierdismo o extremismo antisistema. Dices que la
Sanidad Pública debe ser sagrada y te mandan a la Unión
Soviética. Tiene gracia. Yo pensaba que lo feo del viejo
Iosif guardaba relación con temas tales como esa manía suya
de hacer purgas, cercenar libertades, instaurar estados
policiales o mandar a disidentes a los gulags de Siberia.
Hoy, al parecer, el estalinismo consiste, precisamente, en
la defensa de los Derechos Humanos y la libertad. Quienes
nos oponemos al desmantelamiento del Estado de bienestar y a
la pérdida de garantías democráticas formamos parte de una
“ultraizquierda” consistente en nadie sabe muy bien qué pero
equivalente a la extrema derecha antidemocrática. La
estupidez que auspicia la llegada de los fascismos llega a
límites de vergüenza ajena.
La utilización del término “radical” hace mucho que dejó de
referirse a eso tan noble de ir a la raíz de los problemas
para pasar a convertirse en sinónimo de dogmatismo. Ahora
bien, ¿qué es un dogmático? Un dogmático, en resumen, es
quien no atiende a razones, un intransigente dispuesto a
cualquier cosa con tal de aplicar unos principios o valores
(dogmas) que le otorgan seguridad al aportarle una
respuesta, aunque dicha respuesta no vaya acompañada de
ninguna prueba empírica garante de validez. Dogmático es el
Gobierno, ya que continúa aplicando unas políticas
económicas que obviamente no están sirviendo para mejorar el
nivel de vida de las mayorías. Mientras que las pequeñas y
medianas empresas no obtienen créditos, los jóvenes emigran,
uno de cada cuatro españoles es pobre y los salarios bajan,
resulta que las grandes empresas obtienen más beneficios que
nunca y crece el número de multimillonarios. O son
dogmáticos que no ven la realidad o, sencillamente,
gobiernan para las élites. Elijan la opción que les
satisfaga.
Son extremistas, porque los extremistas no somos los que
defendemos los servicios públicos, sino los que los
desmantelan. Un radical es quien frena leyes antidesahucios,
quien privatiza la Sanidad, quien se carga la Educación,
quien aumenta la desigualdad. Son totalitarios porque
reducir todas las facetas de la vida a la lógica mercantil
es implantar el totalitarismo de mercado.
Decir que un trabajador en paro tiene derecho a recibir una
prestación para poder vivir con dignidad no es ser un
revolucionario romántico, sino ser decente, tener sentido
común. No hace falta que un póster del Ché Guevara adorne la
puerta de tu habitación para exigir que se investiguen las
causas de la muerte de 15 seres humanos en el mar y pedir
responsabilidades. Hemos llegado a un punto en el que si no
eres un imbécil que defiende a los suyos (los de su
nacionalidad, los de su Gobierno, los de sus Cuerpos de
Seguridad) por el simple hecho de “ser los suyos” te acusan
de “ultra”. Si no eres un dogmático te acusan de dogmático.
El fanatismo derechón, racista, ciego, estúpido y patriotero
lleva más de una semana diciendo que los que, humildemente,
exigíamos algo tan sano y democrático como la disipación de
dudas mediante la aportación de pruebas pertinentes somos
unos enemigos de España que no valoramos el legendario e
inquebrantable compromiso de la benemérita con los Derechos
Humanos y la patria. Hoy, los vídeos han desmontado las
versiones del Delegado del Gobierno y el Director de la
Guardia Civil sobre los sucesos de la frontera y demuestran
que el mejor favor que se le puede hacer a un Estado de
Derecho es la exigencia de investigaciones cuando se
producen hechos dramáticos, aunque ello conlleve dudar de un
Presidente, un ministro, la Guardia Civil o la cabra de la
Legión. Hoy queda claro que nosotros, los enemigos de
España, teníamos la razón. Pero ellos, los verdaderos
radicales, totalitarios y extremistas que se obcecan en sus
dogmas, nos siguen insultando. Siguen reduciendo el debate a
la dicotomía “ellos-nosotros”, al apoyo o al ataque a la
Guardia Civil. No busquen una explicación racional. Ni el
fanatismo ni la idiotez atienden a razones.
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