El sábado pasado, estando yo
conversando con un amigo, Basilio Fernández se acercó
donde nosotros. Y, tras los saludos de rigor, me olvidé de
recabar su opinión sobre la tragedia de los inmigrantes que
han perdido la vida cuando nadaban nuestras aguas para
llegar a tierra firme. Lo que lamento de veras.
Porque considero que el parecer que hubiera emitido BF,
acerca del drama que se está viviendo, hubiese tenido su
importancia. Pues no en vano era alcalde cuando se produjo
la revuelta de cientos de inmigrantes en la primera quincena
de octubre de 1995. Alcalde era BF de una ciudad desprovista
entonces de toda clase de medios para cubrir las necesidades
de cientos de personas que fueron invadiendo la ciudad ante
la sorpresa generalizada.
Los ceutíes fueron descubriendo que los bajos de las
Murallas Reales del Ángulo se habían convertido en refugio
de innumerables inmigrantes, indocumentados a propósito, que
esperaban sus visados correspondientes para arribar a la
península y trasladarse desde allí al lugar europeo de sus
preferencias.
Hartos ya de esperar los papeles que les facilitaran la
posibilidad de llegar a la otra orilla del Estrecho, los
inmigrantes principiaron a dar muestras evidentes de estar
fomentando una revuelta para presionar al ministro del
Interior. Y dado que de ello comenzamos a saber algo quienes
escribíamos en periódicos, yo decidí un día adentrarme en
las entrañas de un lugar que bien podría haber servido para
rodar las mejores escenas sobre el peor de los infiernos.
Me introduje en los bajos del Ángulo acompañado por tres
inmigrantes que solían llevar la voz cantante y que me
condujeron por pasillos inmundos; dédalos terribles, donde
las aguas fecales se deslizaban por las paredes rocosas para
quedar estancadas en el suelo. Suelos convertidos en
muladares, y en los que la náusea producida por los olores
hacía perder el equilibrio.
Cuando salí de aquel antro, lo primero que pensé es que
había estado en un lazareto de apestados: todos apiñados
como bestias, en una gruta diabólica. Y, lógicamente,
escribí al respecto y hasta les conté a las autoridades que
aquella situación era la más apropiada para que los allí
congregados decidieran armar la de Dios es Cristo. En
cualquier momento.
Las autoridades, además de no hacerme el menor caso, la
tomaron conmigo y llegaron a tacharme de tener una mente
calenturienta y alarmista. Eso sí, la revuelta anunciada se
produjo muy pronto. Lo cual era algo que se veía venir a la
legua. Y acabó en una batalla campal entre ceutíes e
inmigrantes, mientras que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad
se veían impotentes para imponer la calma.
El alcalde, BF, en un pleno extraordinario, lo primero que
hizo es pedir la dimisión de la Delegada del Gobierno y
reclamar a voz en cuello al Gobierno de la nación que quería
la salida de los inmigrantes en tres días. Y, claro, los
políticos de distintos bandos aprovecharon el terrible
suceso para ajustarse las cuentas pendientes.
El pasado octubre se han cumplido diecinueve años de aquel
hecho belicoso y que pudo terminar en tragedia. Que la hubo.
Aunque nada que ver con la que ha ocurrido a principios del
mes que aún corre. Y ya los hay obsesionados con que dimita
el Delegado del Gobierno. Y uno, que sabe lo que sabe,
observa detenidamente cómo se está frotando las manos
alguien que desea ocupar el cargo que pudiera dejar vacante
Francisco Antonio González.
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