La constante salida a la
superficie de cadáveres de inmigrantes ilegales en nuestras
aguas es un sobrecogedor espectáculo que nos encoge el
corazón y atiza nuestras conciencias, al comprobar el drama
humano que sale a flote en nuestro litoral, en lo que ya se
considera la mayor tragedia de la inmigración en Ceuta de
los últimos años. La situación que estamos viviendo día tras
día es dantesca y supone un aldabonazo sórdido a la
responsabilidad política de quienes han de arbitrar
fórmulas, mecanismos y decisiones acordes con la enorme
dimensión de una tragedia tan cruel como inhumana. No
podemos asistir impasibles al descubrimiento diario de
muertos sin sufrir el escalofrío del sufrimiento que hay
enterrado en ese ser humano que perdió la vida en su
legítimo derecho a buscar un mundo mejor, esa prosperidad
que le ha hecho perder la vida en el intento.
No cabe la indiferencia ante imágenes tan escalofriantes
como las que vienen marcando los últimos días la trágica
realidad de Ceuta a nivel nacional. Estamos siendo noticia a
gran dimensión porque nuestro litoral se han convertido en
un cementerio de seres humanos que surgen de nuestras aguas
como si se tratara de una gran maldición que nos abruma con
la crudeza de la realidad más descarnada. Día tras día
surgen de las profundidades marinas cuerpos sin vida como un
azote a la sensibilidad humana. Una consecuencia de la falta
de capacidad para afrontar esta situación que requiere
decisiones válidas que eviten el sufrimiento de los que
mueren y el sufrimiento de los vivos, sorprendidos con una
tétrica secuencia cotidiana que parece sacada de una
película de terror. En este caso, el monstruo no parece
estar en las aguas. Se reviste de un espectro tan siniestro
como la propia realidad que nos conmueve.
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