Parafraseando a Juan Pablo
Castel, personaje principal de El túnel, de Ernesto
Sábato, diré que uno se cree a veces un superhombre,
hasta que advierte que también es mentiroso, desleal,
insidioso. Me hacen reír esos señores que salen con la
modestia de Einstein o gente por el estilo;
respuesta: es fácil ser modesto cuando se es célebre; quiero
decir parecer modesto. ¡Cuántas veces tropezamos con esa
clase de individuos!
León Bloy, escritor francés, se defendía de la
acusación de soberbia argumentando que se había pasado la
vida sirviendo a individuos que no le llegaban ni a las
rodillas. Prueba de orgullo desmedido, que no le impidió
pasar de un anticlericalismo violento a un catolicismo
ferviente y a la defensa de lo absoluto.
Al final de cuentas todos estamos hechos de carne, huesos,
pelo y uñas y sería muy injusto que nos exigiesen cualidades
especiales, para no creernos el ombligo del mundo en algún
momento. Del padecimiento de ombliguismo nadie se libra en
esta vida.
Incluso nada malo es contar con cierta vanidad a fin de
licuar el siempre durísimo cristal de resentimiento
potencial que llevamos dentro y es capaz de sentir ternura.
Lo que hacía decir a Josep Pla, escritor catalán: “Una
sociedad de fanfarrones es plausiblemente concebible: una
sociedad de humildes sería inhabitable y peligrosísima”.
Nuestro alcalde, a quien yo conozco desde hace la friolera
de treinta años, tiene cosas buenas, faltaría más; pero
todas las ensombrece por ese afán desmedido que tiene de ser
visto como el heraldo de la humildad y de la modestia a
raudales. Debe de ser terrible vivir permanentemente
haciéndoles creer a los demás que uno es el primero que
detesta sus cualidades y asimismo reconoce todos sus
defectos y errores.
Debe de ser terrible aparentar, durante años y años, lo que
no se es. Y mucho más cuando nadie le exige ni le va a
exigir que disfrute adjudicándose defectos para ganarse una
humildad a la que muy bien podríamos llamar humildad con
anzuelo. Es decir, para que revierta en alabanzas favorables
a su persona.
Los ciudadanos, y ello me consta, están hartos ya de ver a
nuestro alcalde desmigajándose en obsequiosidades y palabras
lindas y promisorias con una sonrisa ladeada y humilde de
hermano refitolero. Palabras que no van acompañadas, por
supuesto, con el reconocimiento de ninguno de sus errores.
De modo que su humildad no deja de ser considerada una
humildad de pacotilla. De ínfima categoría, de la peor
calidad. Siempre innecesaria, claro es, y mucho más en los
momentos que estamos viviendo y cuando los políticos se han
ganado el odio casi generalizado de los españoles. Debido a
sus funestas actuaciones y sobre todo a la corrupción.
Nuestro alcalde viene aprovechando cualquier ocasión para
mostrarnos su patriotismo desbocado y también para invocar a
la Virgen. A Ella le ha pedido sabiduría con el fin de
distinguir el bien del mal; fortaleza para elegir siempre el
camino del bien; y templanza y ecuanimidad en el ejercicio
de la alta responsabilidad de servir y representar a todos
los ceutíes, sin ningún tipo de discriminación, en plena
igualdad de oportunidades, derechos y obligaciones…
He llegado a la siguiente conclusión, nada más leer el ruego
de nuestro alcalde a la Virgen: El que ha mantenido un ojo
cerrado largo tiempo, si se le abren los dos a la vez, puede
ocurrirle que no se guste y decida enclaustrarse en sitio
adecuado.
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