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OPINIÓN - MARTES, 11 DE FEBRERO DE 2014

 

OPINIÓN / EL OASIS

Alcalde invocador
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Parafraseando a Juan Pablo Castel, personaje principal de El túnel, de Ernesto Sábato, diré que uno se cree a veces un superhombre, hasta que advierte que también es mentiroso, desleal, insidioso. Me hacen reír esos señores que salen con la modestia de Einstein o gente por el estilo; respuesta: es fácil ser modesto cuando se es célebre; quiero decir parecer modesto. ¡Cuántas veces tropezamos con esa clase de individuos!

León Bloy, escritor francés, se defendía de la acusación de soberbia argumentando que se había pasado la vida sirviendo a individuos que no le llegaban ni a las rodillas. Prueba de orgullo desmedido, que no le impidió pasar de un anticlericalismo violento a un catolicismo ferviente y a la defensa de lo absoluto.

Al final de cuentas todos estamos hechos de carne, huesos, pelo y uñas y sería muy injusto que nos exigiesen cualidades especiales, para no creernos el ombligo del mundo en algún momento. Del padecimiento de ombliguismo nadie se libra en esta vida.

Incluso nada malo es contar con cierta vanidad a fin de licuar el siempre durísimo cristal de resentimiento potencial que llevamos dentro y es capaz de sentir ternura. Lo que hacía decir a Josep Pla, escritor catalán: “Una sociedad de fanfarrones es plausiblemente concebible: una sociedad de humildes sería inhabitable y peligrosísima”.

Nuestro alcalde, a quien yo conozco desde hace la friolera de treinta años, tiene cosas buenas, faltaría más; pero todas las ensombrece por ese afán desmedido que tiene de ser visto como el heraldo de la humildad y de la modestia a raudales. Debe de ser terrible vivir permanentemente haciéndoles creer a los demás que uno es el primero que detesta sus cualidades y asimismo reconoce todos sus defectos y errores.

Debe de ser terrible aparentar, durante años y años, lo que no se es. Y mucho más cuando nadie le exige ni le va a exigir que disfrute adjudicándose defectos para ganarse una humildad a la que muy bien podríamos llamar humildad con anzuelo. Es decir, para que revierta en alabanzas favorables a su persona.

Los ciudadanos, y ello me consta, están hartos ya de ver a nuestro alcalde desmigajándose en obsequiosidades y palabras lindas y promisorias con una sonrisa ladeada y humilde de hermano refitolero. Palabras que no van acompañadas, por supuesto, con el reconocimiento de ninguno de sus errores. De modo que su humildad no deja de ser considerada una humildad de pacotilla. De ínfima categoría, de la peor calidad. Siempre innecesaria, claro es, y mucho más en los momentos que estamos viviendo y cuando los políticos se han ganado el odio casi generalizado de los españoles. Debido a sus funestas actuaciones y sobre todo a la corrupción.

Nuestro alcalde viene aprovechando cualquier ocasión para mostrarnos su patriotismo desbocado y también para invocar a la Virgen. A Ella le ha pedido sabiduría con el fin de distinguir el bien del mal; fortaleza para elegir siempre el camino del bien; y templanza y ecuanimidad en el ejercicio de la alta responsabilidad de servir y representar a todos los ceutíes, sin ningún tipo de discriminación, en plena igualdad de oportunidades, derechos y obligaciones…

He llegado a la siguiente conclusión, nada más leer el ruego de nuestro alcalde a la Virgen: El que ha mantenido un ojo cerrado largo tiempo, si se le abren los dos a la vez, puede ocurrirle que no se guste y decida enclaustrarse en sitio adecuado.
 

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