Oscar Wilde explicó en
cierta ocasión por qué iba de luto. Resulta que es mi
cumpleaños, y estoy de luto, como pienso hacer a partir de
ahora en todos mis cumpleaños, porque se ha disipado un año
de mi juventud, porque el verano de mi vida va tocando a su
fin.
Dentro de nada, es decir, cuando el mes que corre llegue a
su penúltimo día, nuestro alcalde cumplirá un año más; es
decir, tendrá 61. Y uno le deseará entonces, salvo
complicaciones de última hora, un cumpleaños feliz y, por
supuesto, le veremos lucir su clásico terno oscuro para la
ocasión.
Lo del terno oscuro de nuestro alcalde no es porque la
juventud se le esté escapando a chorros, como era el caso
del famoso dandy irlandés, sino porque es bien sabido que
todo drama humano lo hace llorar desconsoladamente. Y,
claro, lleva ya varios años derramando lágrimas como
granizos. Y, por tanto, decidió que lo debía manifestar con
el luto correspondiente.
Llora, y llora y no deja de llorar nuestro alcalde porque no
concibe lo que viene ocurriendo en el mundo: que los pobres
sean cada vez más pobres y los ricos… ya saben ustedes. Los
ricos y los políticos… A qué engañarnos. Engañarse es algo
que nunca ha hecho nuestro alcalde. Ni engañarse ni engañar
a nadie. Ni jamás lo hará. Pues su mayor deseo es que se le
recuerde siempre por haber sido una buena persona. Y, cómo
no, por su modestia.
De la modestia ya nos advirtió Goethe: modestos sólo
son los hombres virtuosos y los bribones; por eso se explica
que la modestia triunfe tanto en los partidos políticos,
donde los hombres virtuosos brillan por su ausencia.
A nuestro alcalde, conviene reconocerlo, el llorar, casi
incesante, por ver de qué manera van creciendo los pobres en
esa España tan suya, como bien proclamó en la Convención de
su partido, en Valladolid, le ha pasado factura: su cara
está repleta de enfado y de cansancio.
Las arrugas de la frente y del entrecejo son cada vez más y
más acrecentadas. Su rostro, si uno se fija bien, está
surcado. Sus arrugas largas y profundas parecen logradas en
la mar de los sufrimientos. Como ese marinero que él quiso
ser siempre pero que nunca fue.
A nuestro alcalde le conviene, a ser posible antes de las
próximas elecciones, hacerse algún “arreglito” en el rostro.
Deteriorado no sólo por su condición de doliente impenitente
ante las desgracias ajenas, sino porque, como él deja sentir
entre sus íntimos, está padeciendo la mediocridad de quienes
lo acompañan en el gobierno. Triste sino de alguien que
nació para ser singular entre los singulares de su pueblo y
ahora se ve fatigado y acuciado pro toda clase de problemas.
Por todo ello, sería recomendable que sintiéndose como se
siente un político de alto copete, y de miras inalcanzables,
se apuntara a la moda del botox. Como dicen que han hecho
Felipe González, Lula Silva o Sarkozy. Para que su cara
vuelva a ser una cara libre de pesadumbres. Una cara
huérfana de desencuentros pasados. Y sobre todo de
aversiones. Una cara dispuesta a admitir las críticas
negativas y también a no favorecer a sus amigos porque sí.
Por último, al margen de lo del “arreglito” estético, que le
viene de maravilla a su aspecto externo, por ser personaje
relevante de la vida pública, vaya el consejo: deje de
llorar con tanta asiduidad por los dramas ajenos y procure
actuar mejor en todos los sentidos. Y será mejor para todos.
|